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Spielberg on Spielberg: El Puente de los Espías (Bridge of Spies, 2015)

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A lo largo de este recorrido por la carrera de Steven Spielberg como director hemos podido comprobar que las vivencias personales y los recuerdos familiares han influido notablemente sobre la labor creativa del cineasta. Todo ello se aprecia no solamente en el contenido de sus películas sino incluso en la decisión de abordar determinados temas o marcos históricos. Este singular motor de proyectos es denominador común entre muchos directores pero soy de la opinión que en el caso de Spielberg es más exacerbado. Es evidente que sus recuerdos de infancia y juventud pesan muy considerablemente en su imaginario particular: la efímera vivencia de una familia unida, la ruptura matrimonial, la vida en diferentes lugares. También ha quedado patente el resentimiento inicial hacia un padre que, sin embargo, nunca estuvo reñido con una persistente admiración e incluso veneración. Para un joven de mentalidad abierta e inquieta, eternamente fascinado por las grandes historias, resultaba siempre apasionante escuchar las anécdotas y vivencias de su padre tanto en la guerra como en la vida civil, donde estuvo al frente de proyectos tecnológicos de diferente calibre. Todo ello lo hemos ido conociendo a través de la huella personal que Spielberg ha ido imprimiendo a varios de sus proyectos. En el caso que nos ocupa, la figura de Arnold Spielberg (n. 1917) vuelve a estar muy presente como acicate para impulsar la propuesta de Bridge of Spies.

"En los años 50 y 60, durante la Guerra Fría, existía un enorme recelo y miedo a Estados Unidos por parte de la Unión Soviética. También había mucha paranoia y miedo en Estados Unidos hacia la URSS. Recuerdo que mi padre había ido a Rusia en un intercambio. Enviaron ingenieros rusos a Arizona y General Electric destinó a ingenieros estadounidenses, entre ellos mi padre. Fue entonces cuando derribaron a Gary Powers. Mi padre hizo cola con otros tres compañeros porque mostraban el traje de vuelo, el casco y los restos del U-2 para que todos los rusos vieran lo que Estados Unidos había hecho. Dos militares rusos se acercaron a mi padre y a su amigo y, al pedirles el pasaporte, vieron que eran estadounidenses. Uno de ellos señaló al U-2 y dijo: mirad lo que vuestro país nos hace. Lo repitió varias veces, enfurecido, y luego le devolvió los pasaportes. Nunca olvidé esa historia."

La impronta que siempre dejan las historias de Arnold en su hijo se dejó notar cuando el guionista británico Matt Charman llegó a DreamWorks con un libreto bajo el brazo que trataba sobre los hechos que rodearon esa época. Spielberg decidió comprar los derechos sobre el material de Charman y convertirlo en uno de sus próximos proyectos. La época le apasionaba y estaba deseoso de materializar, por fin, una gran historia centrada en el clímax de la Guerra Fría.

Matt Charman había llegado al argumento definitivo de forma indirecta. Se proponía realizar una película sobre acontecimientos producidos durante la Presidencia de John F. Kennedy pero, de repente, se encontró con una figura histórica prácticamente desconocida que captó inmediatamente su atención. Kennedy había enviado al abogado James B. Donovan para negociar con los cubanos la liberación de más de 1500 personas implicadas en la fallida invasión de Bahía Cochinos (1961).Charman se preguntó por qué había sido elegido este abogado en concreto y siguió investigando en la trayectoria de Donovan. Al principio, pensaba en escribir un guión sobre la negociación con el gobierno de Fidel Castro pero de sus investigaciones surgió un caso que resultaba mucho más interesante. La historia más impactante había ocurrido unos años antes y, gracias al éxito que había obtenido en ella, Donovan fue conocido en los círculos de poder.

Concretamente, Charman quedó atraído por unos hechos que se iniciaron en 1957. El FBI detuvo al ciudadano anglo-soviético Rudolf Abel en Brooklyn bajo la acusación de espionaje al servicio de la KGB. El colegio de abogados de Nueva York nombró a James B. Donovan, conocido anteriormente por haber trabajado como investigador y negociador en los Juicios de Nuremberg (1946), para que se hiciera cargo de la defensa de Abel. Por consiguiente, se le pidió que defendiera a un espía ruso en un contexto de máxima tensión entre las dos grandes potencias y que afrontara el descrédito que recibiría por parte de una población híper-sensibilizada. Hay que tener en cuenta que hacía poco tiempo se había condenado a muerte al matrimonio Rosenberg por cargos de espionaje. La sensibilización había crecido y la importancia de los secretos transmitidos a la URSS, por parte de los Rosenberg, hizo que las fuerzas de seguridad extremaran las medidas ante nuevos casos. Solo así se explica que un modesto espía como Rudolf Abel fuera detenido con un despliegue extraordinario que rebasaba ampliamente la resonancia que pudieran tener sus actividades.


Donovan era un abogado íntegro que creía fervientemente en los principios inalienables de "Justicia para Todos"y"Toda persona importa". Aceptó el caso afrontando el descrédito público porque quería defender la integridad del sistema judicial. Quería demostrar que eran diferentes a ellos y que en Estados Unidos existían las garantías judiciales, incluso ante las peores circunstancias. La garantía jurídica debía ser defendida y mostrar al mundo que incluso un espía ruso, con notables pruebas en su contra, podía tener un juicio justo en Occidente. Estos principios deben defenderse especialmente en tiempos de crisis y así fue como Donovan le dio a Abel la mejor defensa posible. De nuevo vuelve a salir a la palestra el tema de la seguridad nacional frente a las garantías judiciales. La película se alinea en la defensa de los valores democráticos frente a aquellos que desean aprovechar las situaciones críticas para vulnerar derechos y libertades. En base a esos principios, Donovan llegó a comprometer la seguridad de su familia, víctima de algunos actos de violencia callejera por parte de exaltados. En una época de tensión máxima, con la amenaza constante de un ataque nuclear, afrontar cualquiera de estos casos suponía exponerse a la mayor de las polémicas pero eso no evitó que Donovan se volcara completamente. Abel fue condenado por todos los cargos pero el abogado obtuvo del juez una sentencia que evitaba la pena de muerte. El momento que estaban viviendo era sumamente complejo y podrían necesitarle si algún norteamericano caía en el otro bando. De todas formas, Donovan llegó hasta el Tribunal Supremo para conseguir una reducción de condena que finalmente fue denegada por el máximo organismo judicial.

Tres años después, la predicción de Donovan se cumplió cuando el piloto Francis Gary Powers, a los mandos de un avión espía Lockheed U-2, fue derribado por baterías antiaéreas soviéticas en Sverdlovsk (la actual Ekaterimburgo, en los Urales centrales) el 1 de mayo de 1960. Powers formaba parte de un escuadrón, supervisado por la CIA, que tenía la misión de fotografiar instalaciones estratégicas de la URSS. Tras el impacto, sufrió una serie de penalidades que impidieron que pudiera activar el dispositivo de autodestrucción del avión y, con muchas dificultades, consiguió la proeza de eyectarse. Mantenía las esperanzas de poder escapar una vez en tierra y por eso no usó el comprimido de veneno que llevaba consigo. Sin embargo, poco después de tocar tierra con el paracaídas, fue detenido y trasladado a la prisión moscovita de Lubyanka, donde durante tres meses fue objeto de constantes interrogatorios que incluyeron tortura psicológica. Desde septiembre de 1960 hasta el día de su liberación por intercambio (10 de febrero de 1962) fue retenido en la prisión central Vladimir, a 150 kilómetros de la capital soviética.

Así pues, se presentó la oportunidad de negociar un intercambio de prisioneros que facilitara el regreso de Powers. Hacía falta un gran negociador para un caso de enorme envergadura que incluso obligó al Presidente Dwight D. Eisenhower a reconocer públicamente la existencia de los vuelos espía sobre espacio aéreo soviético. Fue entonces cuando el director de la CIA, Allen Dulles, contactó con James Donovan para ofrecerle llevar las negociaciones en el intercambio entre Rudolf Abel y Gary Powers. No obstante, debería actuar solo porque el Gobierno estadounidense no podía verse implicado públicamente en las negociaciones. Dispondría de cierto apoyo pero formalmente sería un ciudadano individual negociando un trato de forma privada. Donovan no ocupaba ningún cargo oficial en la administración y eso le confería el perfil necesario para cumplir esta misión de máxima dificultad en el lugar más tensionado del mundo en ese momento: Berlín. Por si este panorama no era suficientemente complejo, la situación se complicó aún más con la detención del estudiante norteamericano Frederic Pryor en Berlín oriental. Desde el momento en que esto sucedió, Donovan se propuso conseguir la liberación de los dos. El abogado desoyó las advertencias de los agentes de la CIA y se dispuso a establecer una negociación dual y simultánea con los soviéticos y los alemanes del este. Convencido de que el juego de poder entre ellos podía serle beneficioso, consiguió el canje aunque para ello tuvo que provocar especialmente al fiscal de la República Democrática Alemana.

Matt Charman escribió dos borradores de guión incluyendo todos los hechos históricos imprescindibles para la trama. A Spielberg le gustaba la propuesta pero creía que le hacía falta una mirada externa que pudiera, en cierto modo, contrarrestar la ineludible solemnidad y rigor que forman parte intrínseca de una historia de espías durante la Guerra Fría. Para ello, consiguió el concurso de los mismísimos hermanos Coen, quienes movieron las negociaciones al tramo final de la película y fueron capaces de infundir elegantes notas de humor al personaje de Donovan, una vez supieron que sería Tom Hanks el actor que lo encarnaría. Joel & Ethan Coen hallaron notas de diversión en las anécdotas de la historia y todo ello, unido al rigor de la investigación conducida por Matt Charman, derivó en un libreto sólido y equilibrado que permitiría a Spielberg crear un film deudor del espíritu de las novelas de John Le Carré pero revestido de una pátina de gracilidad y bondad, acorde con los hechos históricos y con la personalidad íntegra del protagonista.

En esta historia, los supuestos villanos no lo eran necesariamente ni tenían intención de serlo. La película pide implícitamente al espectador que apoye a un espía frente a la propia seguridad del país. Genera empatía hacia la figura de Rudolf Abel y es, en este punto, donde Spielberg disfruta sacando partido de un actor maravilloso: Mark Rylance.


La admiración de Spielberg hacia el actor británico viene de lejos. Tuvo oportunidad de conocerle en Londres a mediados de los 80 y no dudó en ofrecerle un papel en El Imperio del Sol (Empire of the Sun, 1987). Rylance realizó una audición extraordinaria y el director iba a concederle un rol más importante del que inicialmente tenía pensado. Pero entonces le surgió una oportunidad teatral importante en el West End y declinó amablemente la propuesta de Spielberg. El realizador no pudo conseguir lo que se proponía pero no olvidó al intérprete y siguió su carrera posterior con interés. Un año antes del inicio del rodaje tuvo la oportunidad de ver a Rylance sobre los escenarios de Broadway con la obra Twelfth Night. Y en esta ocasión tenía una carta bajo la manga puesto que le ofrecería el codiciado papel de Rudolf Abel en El Puente de los Espías. Con este papel, Rylance consigue una interpretación extraordinaria haciendo gala de una sutilidad atroz y un porte parsimonioso que le acompaña a lo largo de la película y que reproduce la particular personalidad de la figura histórica. Las reacciones de Abel ante las situaciones de tensión son exactamente las contrarias a lo habitual. Hace gala de un total estoicismo y no se expresará ni hará actos cara a la galería porque, en sus propias palabras, "¿ayudaría?".
"La última vez que un actor consiguió transmitirme tanto haciendo tan poco fue cuando Ben Kingsley interpretó a Itzhak Stern en Schindler's List."

En cuanto al protagonista, James B. Donovan, Spielberg solo tenía en mente un nombre, el de su amigo y constante colaborador Tom Hanks. El director suele definir a Hanks como el "James Stewart moderno" y este personaje de valores morales sólidos, integridad inquebrantable, y dotado de amplias cualidades de convicción no podría hallar mejor intérprete que el doble ganador del Oscar.

Con Hanks y Rylance a bordo, el realizador acabó de configurar un interesante reparto en el que encontramos a Amy Ryan (Beadie Russell en The Wire), al veterano Alan Alda, a los alemanes Sebastian Koch y Burghardt Klaussner y al ruso Mikhail Gorevoy. Entre el talento joven presente en la cinta se encuentran también Austin Stowell (en el papel de Gary Powers), Jesse Plemons, Billy Magnussen y Eve Hewson. Además, podemos disfrutar de la presencia de grandes secundarios como Peter McRobbie (quien ya formó parte de Lincoln y que aquí interpreta a Allen Dulles), Michael Gaston, Domenick Lombardozzi (Herc en The Wire), Scott Shepherd y Dakin Matthews.


En términos de producción, el rodaje consumiría más de la mitad de su calendario en Alemania. Por todo ello, era necesario asociarse con una productora germana que, además de participar en la financiación, ofreciera estudios de filmación y servicios logísticos. Así fue como la prestigiosa Studio Babelsberg (fundada en 1912) se asoció con el conglomerado de empresas que formaban parte del mosaico DreamWorks: Amblin Entertainment, Participant Media y Reliance Entertainment. Junto a Fox 2000 Pictures y la productora de Marc Platt crearon la masa crítica necesaria para levantar un complejo proyecto que maximizó recursos para no rebasar un ajustado presupuesto de 40 millones de dólares. Con el acuerdo de distribución entre DreamWorks y Disney, ésta última tendría los derechos en Estados Unidos mientras que 20th Century Fox se encargaría de distribuir en el resto del mundo. 

El rodaje dio inicio el 8 de septiembre de 2014 en Brooklyn. Durante el primer mes, el equipo recorrió varias localizaciones del famoso distrito y después se desplazó al barrio de Astoria (Queens), donde se ubicó la residencia de Donovan. A principios de octubre, se desplazaron a Alemania donde filmarían interiores en los estudios Babelsberg de Potsdam. En tierras germanas tendría lugar el rodaje de las grandes secuencias que pueblan la segunda mitad del film.

Para esta película, Spielberg contaba con un nuevo diseñador de producción: Adam Stockhausen. Sus colaboraciones con Wes Anderson en Moonrise Kingdom (2012) y El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, 2014) habían impresionado al director y éste no dudó en ofrecerle el puesto tras comprobar su particular habilidad para caracterizar escenarios de época. Stockhausen realizó una importante investigación previa en Berlín y comprobó que la estación Friedrichstrasse ya no presentaba la imagen deseada. Sin embargo, al continuar el camino unas paradas más, localizó un apeadero que cumplía con lo exigido para grabar el momento en que Donovan trata de acceder al Berlín oriental saltándose la cola. El aeropuerto Tempelhof fue también completamente remozado por el equipo de Stockhausen hasta dar con una imagen creíble de lo que debía ser en 1960. 

En Wroclaw (Polonia) se localizaron las secuencias más relevantes que tienen lugar en Berlín oriental. La capital alemana se ha modernizado mucho tras la caída del muro y ha modificado significativamente el rostro urbano que la caracterizó durante la Guerra Fría.  Se requería un lugar que aún conservara ese ambiente gris y mortecino, que aparece siempre al revisar material documental de la época. En Wroclaw, Spielberg halló ese aire añejo, impregnado aún en las fachadas de algunos edificios. El mítico Checkpoint Charlie se recreó en una de sus calles, al igual que también se realizó allí la secuencia en la que Frederic Pryor (Will Rogers) se dirige en bicicleta, como todos los días, a la parte oriental mientras, en paralelo y gracias a un traveling soberbio, vemos cómo los obreros levantan una sección del infame muro de Berlín desatando la tragedia sobre los habitantes de la ciudad. Para la película se construyeron 275 metros de muro que Spielberg utilizó para planificar el traveling con una cámara grúa que se apoyaba en el movimiento de una furgoneta que circulaba detrás de Will Rogers. También situó cámaras en uno de los lados y en los balcones para dotar de más puntos de vista a la secuencia. El director se propuso captar la confusión que reinaba en ese momento entre la gente y la consternación de las personas ante una construcción que plasmaba el choque entre dos grandes potencias, dividiendo barrios y separando a familias.


En la última semana de noviembre tuvo lugar el rodaje de la secuencia cumbre. "El puente de los espías" existió realmente y en él se realizaron diversos intercambios de prisioneros debido a su estratégica localización, conectando Berlín oeste con la pro-soviética República Democrática Alemana. En el puente de Glienicke se produjo el intercambio entre Powers y Abel. Tal y como era de suponer conociendo el habitual rigor de Spielberg, éste quiso ir allí para recrear el histórico momento. Además, la presencia en el enclave estuvo aderezada por la aparición de una importante dignataria. Unos días antes, Spielberg y Tom Hanks habían sido recibidos en las dependencias oficiales de la cancillera Angela Merkel. En ese encuentro, Merkel fue invitada a visitar el rodaje en Glienicke y los documentos gráficos ilustran dicha cortesía.

El puente es una gran metáfora puesto que simboliza una unión fracturada, a la que le quedan pocas vías de conexión. Además, ejemplifica el bloqueo al que se sometieron dos mundos opuestos, capaces de escenificar su enfrentamiento en suelo berlinés. Por consiguiente, la pasarela debía ser un personaje más de la película. Spielberg trabajó mucho la secuencia con Janusz Kaminski y éste se decantó por rodar los planos generales del puente justo antes del anochecer. Iluminó Glienicke como si fuera noche cerrada pero aprovechó la luz natural que quedaba para dar profundidad al cielo y que el firmamento se reflejara en el agua. Esta puesta en escena le dio al enclave un aspecto más imponente. La planificación del director hizo el resto a la hora de dotar a la secuencia de una gran tensión emocional. Los faros de los controles aduaneros, los fantasmales haces de luz de los coches que proceden de la zona comunista, el momento cumbre de los dos hombres cruzándose en el puente, ajenos a la batalla política y mediática que se libraba en esos instantes... En fin, cine con mayúsculas y narración visual sublime.


En Glienicke finalizó el rodaje en Alemania. De regreso a Estados Unidos, el equipo se trasladó a la base aérea Beale (California) donde disponen de un Lockheed U-2 como el que pilotaba Francis Gary Powers. Allí se rodaron las secuencias donde la CIA y operativos militares adiestran al escuadrón mientras explican las funcionalidades del U-2. Entre los extras que daban vida a los agentes de la CIA, se encontraba el hijo de Powers. Se trató de un detalle que quiso tener Spielberg con la familia de este valiente piloto, desaparecido en un accidente aéreo acaecido en 1977. Powers Jr. fue también asesor técnico del film y compartió varias conversaciones con el actor Austin Stowell para darle a conocer más detalles que enriquecieran su interpretación.

Posteriormente, de nuevo en estudios, se rodó la compleja secuencia del derribo al U-2 sobre espacio aéreo soviético. Se utilizó un potente brazo hidráulico para dar movimiento al fuselaje y reconstruir de forma fidedigna el suceso. El casco que debía llevar Austin Stowell incorporaba un transmisor que permitió al director darle instrucciones constantes para que éste pudiera mostrar los diferentes estados de excitación sobre la marcha, consiguiendo una mayor autenticidad. Los técnicos de efectos visuales hicieron más grande la set piece creando un fondo exterior mientras que el equipo de sonido, liderado por Gary Rydstrom, logró un gran trabajo creando estruendos, explosiones y un sinfín de efectos que confirieron a la secuencia un realismo atroz.
Francis Gary Powers protagonizó uno de los episodios importantes de la Guerra Fría y personificó aquello que distinguió a un gran número de personas en ambos bandos. Me estoy refiriendo al ideal patriótico clásico, aquel que tan bien definió John F. Kennedy en su discurso de toma de posesión como Presidente (20 de enero de 1961): "Ask not what your country can do for you, ask what you can do for your country". En el caso de Powers, éste nunca se preguntó por qué hacía lo que hacía. Su preocupación derivaba hacia lo que podía hacer para servir mejor al país. Tras casi dos años de duro cautiverio en los que nunca reveló secretos que no se conocieran a través de la prensa, tuvo que aguantar un inicial escepticismo en Estados Unidos ya que muchos creían que no había aguantado la presión y había cantado. Le costó reivindicarse pero acabó con la rumorología e incluso fue condecorado por sus servicios. Tiempo después llegó a confesar que deseó la muerte puesto que le libraría de los interrogatorios y del cautiverio. Cuando le llevaron al puente de Glienicke, tenía decidido que saltaría al agua en caso de que el intercambio fallara. Prefería afrontar una muerte segura antes que volver al presidio.

El tándem que forman Tom Hanks y Mark Rylance cada vez que se encuentran es uno de los puntos fuertes del film. Donovan trató de defenderle lo mejor posible anteponiendo el sentido de justicia a la lógica del contexto histórico. Dejó los prejuicios aparte y llevó la causa con honradez, haciendo gala de una sorprendente tenacidad. Todo ello conmueve al personaje de Rudolf Abel quien no esperaba a alguien que luchara tanto por su causa. Con su habitual estoicismo e incluso indolencia, parecía que nada podía sacarle de su imagen de hombre taciturno y reservado. Pero entre ellos surge una conexión; el reflejo de uno hace mella en el otro y viceversa. Representan visiones e ideales opuestos pero demuestran que entre ellos pueden llegar a una conciliación más allá del enfrentamiento que mantienen sus respectivos países. La firmeza de Donovan, desde la contención formal, impacta a Rudolf Abel hasta el punto que le define como hombre firme, recordando la visión de un hombre cercano a su familia que, años atrás, resistió los golpes de un guardia partisano y se negó a arrodillarse. El epílogo de esta particular relación, llena de confianza y franqueza, se produce en el puente de los espías cuando, tras una lacónica despedida, Donovan se queda quieto viendo alejarse a los coches que se llevan a Abel. La preocupación por la seguridad de su cliente llega incluso a ese punto. Porque más allá de haber cumplido el objetivo, siempre debe prevalecer el matiz humano. Un ejemplo de que por encima de adscripciones e ideologías, las personas siempre están por delante de cualquier otra consideración. Spielberg quería lograr esta dinámica entre los personajes y fue capaz de transmitirlo a los actores para lograr episodios interpretativos potentes.


Por otra parte, El Puente de los Espías es una película donde la maestría narrativa de Steven Spielberg asciende un peldaño más. La secuencia inicial que culmina con la detención de Abel es un prodigio de narración. La tensión argumental se mantiene a lo largo del metraje. Muchas veces vemos como películas de temática judicial compleja no consiguen llegar al espectador por la torpeza de la persona que se encuentra detrás de la cámara. Spielberg siempre equilibra el contenido del guión con la traslación visual y consigue incluir los detalles técnicos de forma casi imperceptible pero efectiva. Su habilidad para buscar los diferentes focos de la historia provoca que asistamos a una catarata de acontecimientos finamente hilvanados. Al igual que el director de orquesta consigue armonizar a un gran grupo de músicos y el pintor saca partido de los diferentes elementos para poblar el lienzo de sensaciones, Spielberg hace lo propio con la cámara hasta reproducir sobre la pantalla una tormenta de emociones poblada por soberbias muestras de dominio del lenguaje cinematográfico.

La trascendencia de la historia encaja perfectamente con sus intereses como realizador y se siente cómodo contando acontecimientos contundentes. Se trata de una cinta que, estilísticamente, es heredera de las tramas urdidas por John Le Carré, pero añadiendo acontecimientos reales que nos son presentados a través de un enfoque noble. No necesita para esta película recurrir a la crudeza que exploró en Munich (2005). Esta era una época diferente donde las situaciones de tensión se vivían de otra forma. Como he explicado anteriormente, aún existía una relativa inocencia, una pátina de nobleza en las relaciones internacionales. Se podían defender las posiciones con firmeza pero existía una aparente cordialidad y elegancia que se fue perdiendo a medida que los acontecimientos en la escena pública se fueron radicalizando con la llegada de los brutales atentados terroristas, los secuestros indiscriminados, etcétera. En este contexto, Spielberg crea un fantástico thriller de Guerra Fría, un magnífico espectáculo cinematográfico cuya lista de virtudes es muy amplia.


Cabe destacar que la última secuencia de la película, con Donovan viajando en metro por Brooklyn reinsertado a su vida normal, no terminaba del modo que finalmente vimos en pantalla. La versión final se rodó a sugerencia del propio Tom Hanks. Hacia la mitad del film, vemos a Donovan viajando en tren por Berlín y observando como al pasar por el muro tres personas son abatidas cuando intentaban pasar a la zona occidental. A Hanks se le ocurrió la idea de que Donovan viera a unos chicos saltando verjas y eso le hiciera recordar el horror que se estaba viviendo en la ciudad germana. La presunta intrascendencia que suponen unos chicos saltando verjas tienen en Donovan una gran repercusión. Le conectan sentimentalmente con unos hechos de máxima gravedad y le recuerdan que vivimos en un mundo complejo, donde nuestra esfera de seguridad se circunscribe al entorno próximo. Hanks se lo sugirió a Spielberg y éste coincidió al parecerle una evocadora forma de poner fin a la película.

En más de cuarenta años de carrera como director, Spielberg siempre había podido contar con las composiciones de John Williams salvo una única excepción: El Color Púrpura (The Color Purple, 1985). En esa ocasión, los derechos estaban en poder de Quincy Jones y el legendario productor musical se aseguró que la partitura debía ser creada por él. Por consiguiente, la alianza creativa entre Spielberg y Williams solo se había interrumpido cuando había existido una limitación de tipo contractual. No obstante, cuando llegó el momento de empezar a componer la banda sonora de El Puente de los Espías, el maestro Williams estaba aquejado de unos problemas de salud que le impedían trabajar temporalmente. Ante la necesidad de cubrir el calendario, el propio Williams recomendó a Thomas Newman como su sustituto. Newman es uno de los mejores compositores cinematográficos del panorama reciente. Su padre fue el legendario Alfred Newman, ganador de nueve Oscar de la Academia en el apartado musical. Thomas ha seguido su estela de calidad y lleva treinta años trabajando en el cine, de forma continuada, creando grandes temas para películas como Esencia de Mujer (Scent of a Woman, 1992), Cadena Perpetua (The Shawshank Redemption, 1994), American Beauty (1999), La Milla Verde (The Green Mile, 1999), Erin Brockovich (2000), Camino a la Perdición (Road to Perdition, 2002), Buscando a Nemo (Finding Nemo, 2003), Cinderella Man (2005), Juegos Secretos (Little Children, 2006), WALL-E (2008), Revolutionary Road (2008), Criadas y Señoras (The Help, 2011), Skyfall (2012), Spectre (2015), y Buscando a Dory (Finding Dory, 2016). Desgraciadamente, no ha podido llegar a conquistar a los académicos como sí hizo su progenitor. Hasta el momento, ha obtenido trece nominaciones pero ninguna estatuilla.

Spielberg contactó con él mientras el músico daba los últimos retoques a la banda sonora de Al Encuentro de Mr. Banks (Saving Mr. Banks, 2014).Newman quedó anonadado ante la oferta y se dispuso a crear una banda sonora que mantuviera el estilo de Williams pero que incorporara sonoridades propias con las que el realizador pudiera sentirse a gusto. El resultado fue espléndido ya que Newman recorre una gran variedad de tempos musicales que hallan respaldo en las poderosas imágenes del film. La mejor muestra de su trabajo es, sin duda, el Bridge of Spies (End Title). 


La premiere de la película se realizó el 4 de octubre de 2015 en el marco del New York Film Festival. El 16 de octubre tuvo su estreno general en las pantallas estadounidenses. La crítica se deshizo en elogios hacia la nueva cinta de Spielberg y el público reaccionó positivamente logrando una recaudación final de 165 millones de dólares, bastante más de lo que sus implicados habían previsto. En los Oscar obtuvo seis nominaciones, incluida la de mejor película. Mark Rylance había sido nominado como intérprete de reparto en todos los premios precedentes y acababa de adjudicarse el BAFTA de la Academia británica. Había dudas sobre su victoria en el Dolby Theatre pero finalmente se volvió a citar su nombre desde el escenario y el brillante actor británico recogió el Oscar de manos de Patricia Arquette. Sin duda alguna, fue un gran reconocimiento para un auténtico animal de teatro que finalmente tuvo la oportunidad de trabajar a las órdenes de un director que llevaba décadas pensando en un gran personaje para él. La complicidad y entendimiento entre ellos ha llegado a ser tan grande que el director ha contado con él en Mi Amigo el Gigante (The BFG, 2016) y en sus dos próximos proyectos: Ready Player One y The Kidnapping of Edgardo Mortara.



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Mi Amigo el Gigante (The BFG, 2016)

Funny Games, ¿necesitas jugar?

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Un artículo de Adriano Calero.



Frío, tibio, caliente... ¡te quemaste! Y nada de agua fría, ni crema para las quemaduras. Tras dar varios palos de ciego, el premio era tuyo. ¿Quién no recuerda un momento así en la infancia ante la mirada cómplice de sus padres? En esa época, dejarse manipular era parte del juego. De uno muy divertido, tierno y didáctico.

Ante la película Funny Games, del director austríaco Michael Haneke, la manipulación también deba ser aceptada. Pero el juego para nada será divertido... De todas las acepciones de funny, la que encaja mejor es rare. Porque extrañeza es la sensación que tiene el espectador durante buena parte de la película hasta que entiende, al son de “frío, tibio y caliente”, que ahora el premio es de otra índole.

De este modo, durante poco menos de dos horas, Michael Haneke invita al espectador a presenciar el secuestro y tortura de una familia acomodada que acaba de llegar a su casa de verano para pasar las vacaciones. En manos de dos jóvenes intrusos, dicha familia se verá obligada a pelear para sobrevivir y superar el macabro juego al que se han visto abocados a participar. Ellos, y nosotros también.


Para ello, Haneke fuerza un vínculo de complicidad entre el espectador y los dos secuestradores, en especial con el líder (interpretado por Michael Pitt en la versión americana), que se formula, en primer lugar, con la mirada a cámara de este último, pero, que se establece, segundos después, cuando confirmamos que es la muerte quien se esconde tras el (ahora sí) macabro juego… Quizá sea un buen momento para escapar. Nosotros, que sí podemos.

De lo contrario, Haneke no cesará en su intento por mostrarnos el camino. ¿Cómo pasar desapercibido cuando el líder, no tan solo mira a cámara, sino que interpela al espectador sobre el destino que merecen sus víctimas? De haber conseguido eludir su mirada, semejante pregunta nos recordará el grado de responsabilidad que seguimos teniendo. Así es, aunque haya una pared de por medio.


Porque semejante recurso formal, lejos de distanciarnos, nos incita a seguir expectantes ante el incierto destino de sus protagonistas. Como ya hicieran en su día, a favor de la comedia, Allen con Annie Hall o Lewis Gilbert con Alfie. Por lo que, a estas alturas, quizá sea inevitable cuestionarse sobre el posicionamiento del espectador ante la dicotomía que supone la violencia en esta película: diversión o terror.

Sea como sea, si a estas alturas aún estamos frente a la pantalla, es porque el Método Ludovico no funcionó del todo bien y quizá sea júbilo lo que nos provoca la muerte inesperada de uno de los secuestradores. Pero Haneke es incorruptible y aquí despliega todo su aparato formal. Rebobina la escena y evidencia el carácter manipulable del espectador. Donde hubo exaltación, solo queda decepción. ¿Por qué? He aquí un espejo en el que mirarnos... como norma, la humanidad ha aprendido a denunciar la violencia en todas sus formas y a no tolerarla en ningún tipo de discurso. Paradójicamente, la acepta, la consume e incluso la aplaude cuando se trata del medio audiovisual.


En definitiva, según palabras del propio Haneke, Funny Games“es una película que uno mira si lo necesita, porque de lo contrario uno simplemente se va. Si alguien se queda hasta el final, es porque de alguna manera necesitaba ser torturado durante ese lapso de tiempo para entender”. Cuando el 28 de diciembre de 1895, el público que ocupaba el Salón Indien de París huyó despavorido al considerar que el tren de los hermanos Lumière se acercaba de manera alarmante, nadie de los allí presentes necesitó que alguien les recordara algo tan obvio.

La música como elemento narrativo en El Padrino parte II

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Un artículo de Adriano Calero.



Si menciono la palabra “padrino”, muchos pensarán en aquel pariente que hace tiempo ha dejado de visitarles y otros recordarán que aún están a tiempo de mostrarle a su ahijado el cariño que siempre le han tenido, tal vez con un gran huevo de chocolate en Pascua. Eso sí, por la mente de los más cinéfilos pasará la obra maestra del año ‘72, o su secuela del ’74 (porque de la tercera parte sería mejor olvidarse). Sin embargo, si en vez de pronunciar tal palabra, tarareo el vals de Nino Rota, todo el mundo se transportará por un instante a una de las fábulas mejor contadas de la historia del cine. Ese es el poder de la música y, evidentemente, el acierto de Rota y Coppola.

Porque la música es una herramienta muy valiosa para el cine, pero bastante mal aprovechada. Tiene el poder de homogeneizar imágenes y de dar valor a aquellas que no lo tienen; por lo que, muchas veces, la música en el cine no es más que un corrector visual. Como aquella salsa que sirve para mejorar comidas del todo insípidas y que consigue estandarizar sabores irreconciliables. Pero, no nos dejemos engañar. Cuando nos emocionamos ante una secuencia que se sostiene gracias a las Variaciones Goldberg, es a J. S. Bach (o a Glenn Gould) a quien se lo debemos. Ni a la película ni a su director. Para que un cineasta impacte en el espectador con la banda sonora de su film, debería necesitar algo más que una música “bella, alegre, triste o bonita”. Porque todos esos conceptos son tan arbitrarios como los placeres humanos.

Asimismo, la música, que conjuga su capacidad narrativa junto a los otros factores del lenguaje cinematográfico, hace de su película, como mínimo, una mejor versión. Y emociona, también. Siempre que sea lo que se pretende con ella. Pero narra. A partir de las cualidades que la definen y de su relación con las imágenes. Algo que se puede apreciar en la ya mencionada El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972) y que el tándem Rota-Coppola desarrolla hasta la perfección en El Padrino II (Francis Ford Coppola, 1974). Recordémoslo.


A lo largo de dicha película suenan, entre otras, dos composiciones musicales bastante significativas, El inmigrante y El Padrino; y lo hacen, por lo general, de manera alterna e incluso en secuencias diferentes. De sus cualidades y de su relación con la imagen, se puede extraer su significado. Por eso, en la mítica secuencia del velatorio de la madre de los Corleone, en la que Michael (Al Pacino) se debate entre el perdón y el castigo hacia su hermano Fredo (John Cazale), las dos piezas suenan una seguida de la otra, dando forma a un diálogo musical, pero también conceptual, que anticipa la decisión final de Michael. Porque no hay mayor sentido en el abrazo o en la mirada, que aquel que se encuentra en el significado de una música bien articulada. Porque no es necesario saber de ritmo, timbre o entonación… Todo ello, nuestro oído ya lo sabe.

Star Trek: Más Allá (Star Trek Beyond, 2016)

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La tripulación del Enterprise se encuentra en el ecuador de su misión de cinco años. La exploración del espacio profundo, la negociación de tratados y la vigilancia de las fronteras parecen no colmar excesivamente las expectativas del capitán James T. Kirk (Chris Pine). La propia infinitud del espacio ha hecho mella en Kirk y se plantea un destino en el que tenga una mayor estabilidad. Necesita asentarse, sentir las limitaciones del ser humano replicando, al máximo, las condiciones de la Tierra. A pesar de ser un capitán joven, el oriundo de Iowa ha madurado y siente los efectos de un puesto que en un largo tiempo no le ha ofrecido alicientes destacables. La propia ilusión que sentía por explorar los confines de la galaxia, siguiendo los pasos de un padre al que nunca conoció, se ha tornado en rutina.

La base estelar Yorktown, una gran colonia espacial que emula a las grandes ciudades de la Tierra, es el lugar donde Kirk quiere iniciar una nueva etapa postulándose para el puesto de vicealmirante. Aunque éste recomienda a Spock (Zachary Quinto) para el puesto de capitán de la Enterprise, el vulcano parece tener otros planes puesto que, tras romper su relación con Uhura (Zoë Saldana), recibe la noticia de la muerte del que fue su alterego en la línea temporal original. Ante este suceso, Spock medita también la posibilidad de abandonar la Flota Estelar para continuar los pasos de su otro yo como Embajador.

Pero la galaxia, aunque pueda atravesar tiempos de estabilidad, siempre aguarda sorpresas y pronto la tripulación del Enterprise deberá dejar a un lado las intenciones personales y centrarse en una misión de rescate que pondrá a prueba el estado emocional de todos ellos.


Esta tercera entrega del universo Kelvin de Star Trek, ideado por JJ Abrams y sus guionistas Alex Kurtzman y Roberto Orci, es, por derecho propio, la que busca con más ahínco dar paso al entretenimiento por encima de otras consideraciones más profundas. Cuando Abrams empezó a trabajar intensivamente en la nueva entrega de Star Wars cedió autoridad a Paramount pero se aseguró tener la última palabra a la hora de elegir al nuevo director y guionistas. Cuando Bob Orci decidió salir del proyecto fue el propio Simon Pegg (quien interpreta con sorna a Scotty) quien se postuló para escribir el libreto junto al escritor, especializado en series de televisión, Doug Jung. De ellos surgió un argumento más ligero que, sin perder la esencia de Star Trek, se erige en el episodio de acción y aventuras que siempre ha estado presente en la parte central de cada generación. Ahora bien, Star Trek Beyond es claramente superior a las que podrían sus análogas: Star Trek IV. Misión Salvar la Tierra (Star Trek IV. The Voyage Home, 1986),  Star Trek V. La Última Frontera (Star Trek V. The Final Frontier, 1989) o Star Trek Insurrección (Star Trek: Insurrection, 1998). La película recupera el ritmo desenfrenado de algunos de los capítulos más viscerales en la longeva tradición televisiva de la saga. Es un largometraje que destaca como apuesta de acción y efectos visuales, sin descuidar el buen trato a los personajes, algo que le diferencia de otros productos que derivan hacia los caminos de la ultracomercialidad desarraigada.

Teniendo en cuenta esta apuesta por un espectáculo más directo y menos introspectivo que en las dos anteriores entregas, Abrams decidió confiar la dirección a un especialista en dotar a las imágenes de un ritmo vertiginoso. El elegido fue Justin Lin, un realizador californiano de ancestros taiwaneses al que se le presentaba la oportunidad de subir un peldaño más en la escalera de exigencia tras haber destacado como consumado planificador de escenas de acción en la saga Fast and Furious. Abrams quería aprovechar su habilidad técnica pero le exigía que ésta fuera acorde a un espectáculo más completo. Lin respondió al reto con interés tratando de añadir más contraste a su trabajo.

El resultado es un film visceral con set pieces de acción poderosas, aunque ninguna supere al ataque inicial de las naves colmena del villano Krall (Idris Elba) sobre la Enterprise. No obstante, en el film hay margen suficiente para que los personajes principales sigan profundizando en sus principales dinámicas. Kirk reflexiona sobre el hecho de haber llegado más lejos que su padre casi con la misma edad. Su vida se convirtió en un constante reto para demostrar que podía ser digno del legado recibido. Él vivió esa tragedia como una oportunidad pero sigue sobrellevando un fuerte lastre.

El universo alternativo permite que las situaciones varíen y afloran aristas en los personajes que no habíamos podido conocer hasta ahora. Todos ellos se enfrentan a situaciones diferentes y cada paso que dan es imprevisible. Apostar por una línea de tiempo alternativa no solamente dio libertad creativa a los guionistas, liberándolos del corsé presente en cualquier precuela. También favoreció que estos personajes de larga trayectoria puedan seguir sorprendiendo ofreciéndonos nuevos matices de personalidad. El caso de Kirk y su padre, al que en esta nueva línea temporal no llegó a conocer aunque creció sabiendo que su heroicidad en la Kelvin salvó muchas vidas, no quedará circunscrito al recuerdo pasajero. En la próxima entrega de la saga tendremos la posibilidad de profundizar en ella.


Lo mismo que decíamos para Kirk vale también para Spock, a quien desde el principio hemos visto desarrollando una relación sentimental con una persona muy próxima y experimentando las dificulatdes que eso entraña. Y qué decir de Montgomery Scott, el querido Scotty, quien gracias también a su intérprete ha conseguido llegar a nuevas cotas de ironía y sarcasmo convirtiéndose en un elemento cómico de calidad para la saga. Dicho esto, las innovaciones conviven con dinámicas clásicas. Un ejemplo de ello es la utilización, con muchísimo acierto, del constante sentimiento de recelo que siente Leonard McCoy (Karl Urban) hacia Spock. Al igual que la amistad entre Kirk y el médico se mantiene firme, también sigue muy presente esa sensación de escepticismo hacia el vulcano de sangre fría. El aprovechamiento de este conflicto, como resorte humorístico, continúa siendo un elemento de acierto a nivel narrativo. Entre los nuevos personajes, destaca poderosamente la alienígena Jaylah, interpretada por la franco-argelina Sofia Boutella. Tiene entidad suficiente y una gran fiereza. Establece un contrapunto interesante y sería un error que no apareciera en el futuro.

Por otra parte, este nuevo tramo de la saga espacial más longeva de la historia, sigue siendo muy respetuosa hacia la herencia recibida y homenajea a sus mayores de forma honorable. No se puede dejar de lado que la división de las dos partes de la nave Enterprise rememora momentos cumbre vistos en la serie de ST: The Next Generation (1987-1994) y también en Star Trek: La Próxima Generación (Star Trek: Generations, 1994). En esta última ocasión, la sección del platillo también se estrellaba contra un planeta y el fin de sus operaciones significaba la puesta en marcha de un nuevo modelo de nave estelar que seguiría llevando el nombre de Enterprise en el fuselaje pero con una nueva letra. En dicha película, la Enterprise-D daría paso a la E en Star Trek: Primer Contacto (Star Trek. First Contact, 1996). En Beyond, seremos testigos del primer vuelo de la Enterprise-A.

En cuanto a los homenajes más personales, el trato que se confiere al Spock de Leonard Nimoy y la respetuosa forma como se explica su desaparición, honra a todos aquellos que han participado en la película. En referencia a Anton Yelchin, fallecido en un desgraciado accidente un mes antes del estreno de la película, JJ Abrams ha confirmado que no se le sustituirá y que siempre será el Pavel Chekhov de esta nueva línea temporal. Star Trek Beyond está dedicada a ambos intérpretes.


Hay otro aspecto que es importante reflejar y que he empezado a citar al inicio. Los personajes van madurando y Kirk es el mayor ejemplo. Chris Pine ha sabido trasladar esa sensación progresiva y, en esta pelicula, es más que patente. Además de verle muy asentado, desprende una autoridad muy creible en el puente de mando y en la misión exterior. Ese jovenzuelo irreverente que se sentaba en el sillón de mando a la menor oportunidad, se ha convertido en un capitán sólido. Nunca pierde su pasión por la improvisación y la audacia no se reduce pero es capaz de afrontar las dificultades con más confianza e insuflarla, a su vez, al resto de la oficialidad. La evolución expresada a lo largo de tres películas suma otro acierto a la propuesta.

En el terreno no tan positivo hay que reconocer que la tensión dramática y los puntos de giro que propone la película no son tan trascendentes como los que vimos en las entregas anteriores. La intensidad dramática derivada de la primera misión y el enfrentamiento con un villano formidable como Khan Noonien Singh (Benedict Cumberbatch) no hallan equivalente en Star Trek Beyond. La sensación final es que hemos presenciado un acertado espectáculo que voluntariamente ha optado por una mayor ligereza en beneficio de un impacto superior en la taquilla veraniega. La amenaza que supone Krall es potente pero palidece ante las intenciones de Nero (Eric Bana) o Khan. Es cierto que se pretende que el bagaje anterior del villano pueda ser una advertencia para Kirk. La Federación y la Flota Estelar no han sido garantía de justicia y equidad para todos sus integrantes. No obstante, todo ello queda solapado por la exhibición visual y las más que logradas secuencias de combate.

De todas formas, la valoración final de la película debe comprender que una saga de este tipo siempre experimenta pequeñas convulsiones y presenta episodios de transición que sirven de puente a los personajes para que lleguen a situaciones más relevantes con más terreno recorrido. Beyond encaja precisamente en este punto de la línea temporal, donde el progreso dramático cede espacio temporalmente a aventuras más tangenciales. En cualquier caso, queda claro para cualquier observador que la franquicia está en buenas manos y que podemos esperar varios viajes más hacia lo desconocido.

Blanka (2015). Incluso con los ojos abiertos...

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Un artículo de Adriano Calero.




Cualquier persona que haya tenido la oportunidad de escuchar a dos filipinos hablar en su propio idioma, habrá percibido, quizá sorprendido, que las palabras en español e inglés se suceden casi al mismo ritmo que aquellas que se escapan a su comprensión. Hay en ello una clara muestra de la amalgama de culturas que se esconde tras un país que, repartido a lo largo de más de siete mil islas, ha sido demasiadas veces colonizado. Españoles, japoneses y estadounidenses hicieron lo suyo… Tal vez, gran parte de lo que ahora sucede tenga mucho que ver. Tal vez, desenterrar su realidad (así sea de manera parcial) sea también nuestra responsabilidad.

Sea como sea, el director japonés Kohki Hasei lo tiene claro. Tras un primer proyecto de corto documental rodado en las calles de Manila (Godog, 2008), Hasei permanece en la gran metrópolis y agudiza su mirada. Esta vez, para ofrecernos, a modo de experiencia fílmica, el recordatorio que lleva implícito Blanka (2015). Una película que descubre Filipinas y su posible Manila. La Manila de la pobreza, de los niños sin techo, de los adultos también. Pero, concretamente, de Blanka, una niña con mirada de adulta que, tras ser abandonada por su madre, (mal)vive en las calles de la ciudad y busca desesperadamente una sustituta para la misma.


Sin embargo, Blanka no sabe que buscar conlleva encontrar, pero, algunas veces, aquello que no estamos esperando. Buscando a una madre bien se pueda encontrar a un padre, a un hermano y, quién sabe, a toda una familia. Porque Hasei sabe plasmar en su película esa magia que surge de las uniones circunstanciales: aquellos lazos familiares que son producto de la rutina y del espacio compartido. Y de algo más… Una melodía que suena con el roce de las energías, no tan solo de los cuerpos, porque, en definitiva, no todo es materia. Una música que se manifiesta en la película, casi siempre, de manera diegética. A veces, como un simple apunte salido de la guitarra de un ciego vagabundo (que ha dejado de vagar por el mundo, ya que tiene como preferencia hacer del mismo banco un hogar). Aunque siempre vehiculando la película sin apenas hacerse notar. Así, sutilmente, sin forzar al espectador a una emoción comprada.

Tan solo cuando ciego y niña abracen la melodía, dejando lugar a guitarrista y cantante, el estallido emocional se hará inevitable y, con él, el leitmotiv de la película. Una canción originalmente española que, traducida al tagalo, hace surtir los colores, el azul y naranja, de un tándem que recuerda a la belleza de los paisajes filipinos que esta película decide no mostrar. Huyendo de los tópicos (y la contemplación de la naturaleza en el cine filipino ya es uno de tantos), Hasei se centra en sus personajes y les enmarca en una escala de planos que deja entrever la influencia de lo urbano. Una mirada que, por momentos, recuerda a la de su compatriota Kitano y al modo en que decidió abordar la singularidad de otra pareja: la de Masao y Kikujiro (El Verano de Kikujiro, 1999). Pero que se torna única en su capacidad de mostrar la ficción como si fueran un documental, y viceversa. Sin detenerse en el drama para regodearse, sino al sugerirlo como parte de un todo en nuestra evolución.



Pareciera, entonces, que los sueños (no soñados) de una noche a la intemperie pudieran hacerse realidad. Pareciera, también, que la fama fuera la única repuesta a nuestros anhelos y luchas, obviando el castigo del que tantas veces se acompaña. He aquí nuestra sociedad actual. No, en Blanka no se pronuncia dicho discurso: la fama es para aquellos que pueden concursar en el gran juego de la vida, asimismo conocido como competición. No, aquí se piensa otra realidad. No se trata de comprar una madre, sino de merecerse su afecto. Y sino es el de ella, el del mundo al que representa. Porque, a diferencia del ciego, es el mundo el que aparenta tener problemas para ver.

In Memoriam: Curtis Hanson (1945-2016)

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Acojo con tristeza la noticia del fallecimiento de Curtis Hanson. Además de construir una carrera interesante como director en Hollywood, Hanson pudo lograr aquello que otros realizadores no consiguen nunca: crear una gran película, dentro de la industria, a través de un proyecto personal.

Eso es lo que ocurrió cuando Curtis Hanson tuvo la habilidad, maestría y tenacidad para llevar al cine la adaptación de la prestigiosa novela de James Ellroy titulada L.A. Confidential. Después de haberse distinguido como un solvente realizador de películas de encargo (Bad Influence, The Hand that Rocks the Cradle, The River Wild), Hanson convenció a los ejecutivos de Warner Brothers y al influyente productor Arnon Milchan, de Regency Enterprises, para que apostaran por su audaz propuesta.

El entusiasmo que el director mostraba en todo el momento contagió a los que podían financiar el proyecto y la apuesta por presentar una nueva visión del neo-noir, acabó cuajando cuando los implicados tuvieron oportunidad de leer el guión que el propio Hanson había escrito en colaboración con Brian Helgeland.

La excelencia del libreto y la confianza que generaba le permitió disponer de 35 millones de dólares de presupuesto que éste utilizó sabiamente para centrarse especialmente en la caracterización. Convenció a actores importantes como Kevin Spacey y Danny De Vito gracias a la calidad del material y lo complementó con dos intérpretes australianos que iniciaban por entonces su andadura en Hollywood: Russell Crowe y Guy Pearce. Rescató a Kim Basinger de la mediocridad ofreciéndole el mejor papel de su carrera y complementó el reparto con veteranos de nivel como James Cromwell y Ron Rifkin. Incorporó también a David Strathairn, tras haber coincidido con él en The River Wild (1993), e incluso hizo debutar a otro joven australiano cuyo nombre era Simon Baker. Le recordaréis mejor si cito el nombre de Patrick Jane, un astuto mentalista que colabora con la CBI (California Bureau of Investigation) en The Mentalist (2008-2015).


L.A. Confidential partía de una magistral obra de James Ellroy, publicada en 1990. Se la considera una novela referencial del neo-noir literario y, por consiguiete, planteaba una gran dificultad de adaptación. Sin embargo, Hanson y Helgeland fueron capaces de mantener la esencia y estructurar la película manteniendo los poderosos golpes de efecto, la violencia y el aura desmitificadora que impregna sus páginas. Al mismo tiempo, aprovecharon bien el giro argumental del tercer acto para dejar a los espectadores anonadados. Un público a quien, no obstante, ya habían sometido a través de una puesta en escena en la que Hanson y sus diseñadoras de producción y vestuario, Jeannine Oppewall y Ruth Myers, recurrieron a la estética glamurosa del Los Angeles de principios de los 50 para recrear una atmósfera que insufla credibilidad desde el inicio hasta la conclusión.

Hanson contrapuso la corrupción y el tráfico de drogas a la honorabilidad y al trabajo policial, incluyendo siempre matices. Esa gradación anti-maniqueísta se ejemplifica especialmente con Ed Exley ya que su rigor protocolario se va mutando a medida que toma contacto con la vida diaria del detective.

Todos los personajes están bien desarrollados y gozan de entidad. El director fue capaz de mantener la contundencia, presente en la obra literaria, y la adaptó para un film que debía atraer al público de forma adulta y realista. Todo en L.A. Confidential exhuma ecos de realidad puesto que se acaba convirtiendo en un reflejo de lo que debe ser la justicia: trabajar en el centro de la acción, conseguir condenas, mezclarse con los ambientes criminales y lograr resultados parciales para después pasar a otro caso. Aquí no hay héroes sino personas de carne y hueso que tratan de sobrevivir haciendo lo que mejor saben.

No sorprendo a mis lectores cuando afirmo que L.A. Confidential es una de mis películas preferidas. En su momento ya hice un recorrido filmico por Los Angeles buscando localizaciones de una cinta que idolatro. La cito con mucha regularidad en reflexiones y opiniones. No obstante, hoy he tenido que volver a ella al conocer la luctuosa noticia. Aunque realizó otros films destacables, Hanson dejó su huella en el celuloide con esta maravilla que obtuvo toda clase de reconocimientos y que le permitió ganar el Oscar en la categoría de mejor guión adaptado, compartiendo honores con Brian Helgeland. Sin embargo, la perspectiva del tiempo vuelve a ser implacable con estos premios ya que no cabe ninguna duda que se cometió una gran injusticia al distinguir a Titanic, en las categorías principales, por encima de una película que recuperaba el aura del cine negro tradicional y lo presentaba remozado a una nueva generación de espectadores. Películas como ésta, en el contexto actual, solo surgen de forma esporádica y debería haber sido reconocida como la mejor del año. Cierto es que la formidable interpretación de Kim Basinger también obtuvo recnocimiento pero, como ha ocurrido en tantas otras ocasiones, el número de galardones se quedó corto teniendo en cuenta el resto de nominaciones que acumulaba.


No comparto la opinión de aquellos que definen a Hanson como un "one hit wonder", al estilo de las bandas musicales de éxito efímero. Creo que construyó una carrera notable con algunos títulos de calidad. No obstante, cuando has realizado una obra maestra y no formas parte de la A-list de directores, resulta difícil volver a ese nivel. En cualquier caso, desaparece un gran creador y un hombre que repartió una inmensa dosis de felicidad a todos aquellos cinéfilos a los que nos apasiona el cine negro.

Buscando a Dory (Finding Dory, 2016)

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Un artículo de Jaume Figa.


Hay dos maneras de hacer secuelas de películas. Bueno, seguro que existen otras, pero generalizando un poco, creo que con dos, basta. El prototipo de la primera sería Solo en Casa 2 (Home Alone 2: Lost in New York) o, incluso, la última entrega de Star Wars: tienes una historia que ha sido un “bombazo” de taquilla y, por lo tanto, hay que aprovechar el “tirón” para realizar una especie de remake cambiando ambientes y personajes, añadiendo efectos especiales más espectaculares –si lo pide la evolución cinematográfica– y lo pintamos de una nueva historia. Incluso, si no le pones el número al final, mejor…

El otro modelo es el que –con mayor o menor acierto, todo hay que decirlo– ha practicado ya unas cuantas veces Pixar: tengo una película de gran éxito de crítica y público, pero voy a dejarla reposar y esperaré a tener OTRA gran historia. No es un remake, sino que quiero aprovechar los personajes ya conocidos para contar su historia. Y, si me convence, la cuento. Si no, ahí se queda… Y ahí han estado, esperando en el baúl de los recuerdos, dos grandes éxitos como Los Increíbles (The Incredibles, 2004)–que tendrá su secuela en 2019– y la que nos atañe: la historia de Nemo, Marlin y Dory, que vio luz en el ya lejano 2003, renace hoy con la increíble –nunca mejor dicho– Buscando a Dory (Finding Dory, 2016).

Ha pasado un año de la aventura por la tuvieron que pasar Marlin y Dory para encontrar a Nemo. Viven tranquilamente, pero la diminuta memoria temporal de Dory va haciendo de las suyas: con pequeños flashes va recordando momentos muy concretos de su vida pasada que le dicen que tiene familia: un padre y una madre que quizás le estén esperando de vuelta… al otro lado del océano, en California. Pero ese es un viaje al que no puede hacer frente sola. Aunque Marlin–tan miedoso y sobreprotector como le conocemos– no está dispuesto a volver a pasar por otra aventura similar… ¿alguien se puede no dejar vencer por un corazón con [patas] aletas como Dory? Como decimos en catalán: “dit i fet” (algo así como: “manos a la obra”).

Y Pixar sorprendió otra vez: You still alive! Yes! Una vez más nos hace disfrutar de una historia que yo no llamaría secuela.

Desde el minuto uno, esos ojones grandes –a la altura de su corazón– de una Dory niña te mantienen enganchado en la butaca y a partir de ahí, la historia corre que da gusto. Por supuesto, volvemos a encontrarnos con personajes de la primera entrega como las tortugas marinas, la raya-maestro o los compañeros de escuela de Nemo, pero esta vez conoceremos antiguos amigos de Dory–que, por supuesto, ella no recordaba–: una ballena beluga y un tiburón ballena, o el simpático gruñón pulpo Hank, unos leones marinos, un pájaro zarrapastroso… Como sucedía en la magistral Toy Story 3, son muchos los personajes secundarios que entran en juego para el gran clímax, pero esta vez, algunos –a pesar de su condición de secundarios– están muy bien perfilados. No es quitar mérito a la tercera parte de Toy Story–sin duda superior–, pero se ve que los de John Lasseter han madurado y Andrew Stanton–guionista y director– se supera, después del torpe bache de John Carter.


Y lo bueno de crear un nuevo capítulo –que de eso se trata en Buscando a Dory– es que partes con unos personajes ya conocidos y que, por lo tanto, el espectador ya los conoce. Así, la historia va rápidamente “al tajo”, no se va por las ramas. Y, además, aquí tampoco se pierde en el guion: es claro, bien hilvanado y cerrado. Un diez.

Y se superan, también, en la cuestión técnica. Con Buscando a Nemo,Pixar tenía el reto de hacer real el agua del océano. Lo consiguieron. Aquí, lo bordan. Y, para disipar cualquier tipo de prejuicio al respecto, primero te muestran el magnífico cortometraje Piper, de Alan Barillaro–animador que ha trabajado en unos cuantos de los grandes filmes de la compañía–, con el que Pixar trabaja el impresionante fotorrealismo.

Y los números no empezaron nada mal para la compañía: el estreno animado más grande de todos los tiempos. Pero eso no es suficiente: también Minions fue un gran éxito de taquilla y en cambio está muy lejos de ser una obra maestra. Lo grande de Buscando a Dory es que pasa a ser una de las grandes de Pixar. 

Y sí: me gusta mucho Pixar. Pero es que… ¡son buenos! Por eso, le digo una de las frases clave de la película, en inglés: You did It! Please: Just keep swimming…

Habrá que verla para saber por qué…

Las cifras de recaudación finales redondean espectacularmente los buenos resultados artísticos: Finding Dory lidera provisionalmente la clasificación de las películas más taquilleras del año en Estados Unidos con 484,2 millones de dólares. En el box-office mundial, la película ocupa la tercera posición provisional con 969,8 millones. Solo ha sido superada por dos filmes también distribuidos por Disney: Captain America Civil War y Zootopia.

Callback (2016)

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Un artículo de Adriano Calero.



“FEELING TIRED? FEELING DOWN? 


THE SOLUTION TO YOUR PROBLEMS ISN’T GOING OUT OF TOWN”


Resulta descabellado, a estas alturas de la película, llamar sueño americano a la suerte de falsas promesas que los Estados Unidos llevan décadas pronunciando. Por infinidad de motivos, como la inexactitud del término sueño (que aparenta excluir la posible pesadilla que también comprende) o el ya más que aceptado equívoco americano, en el cual la realidad continental es desdibujada en pos de unos límites meramente estadounidenses. Paradójicamente, muchos de los ciudadanos nacidos en dichos límites siguen siendo objeto de una mayor precisión a la hora de establecer sus orígenes: sudamericanos, centroamericanos, afroamericanos, italoamericanos… Sin importar el número de generaciones que hayan pasado por el mismo techo. Será que, como nunca fue cierta esa igualdad de oportunidades y libertades que sugiere la expresión, recurrir a la metonimia americana en Estados Unidos no sea ya tan descabellado. ¿Qué queda del sueño entonces?

Larry de Cecco.

El protagonista de Callback (2016), la nueva película de Carles Torras, es un joven que, sin aparentarlo, se gana la vida como transportista y lucha, sin éxito, para convertirse en actor. De teatro, de películas, de anuncios publicitarios… Qué más da. Larry ya es un actor. Su verdadero nombre es otro. Su identidad, también. Su procedencia, un recuerdo que olvidar. Su acento, un defecto que maquillar. Para concursar en el American Dream, Larry ha aceptado ser Larry. A cualquier precio. En su mente, hasta el más descabellado asesinato se sostiene sobre la épica de un ansiado romance. Ya lo dice el refrán: “El camino hacia el infierno está lleno de buenas intenciones”. Por eso, lucha. Lucha en la tierra de las oportunidades para conseguir lo que es suyo. Aquello que le pertenece. Sin importar cuántos sueños ajenos deba vampirizar para su gran cometido.


A medio camino entre el thriller y la comedia negra, Carles Torras nos devuelve la postal de Nueva York rota y sin filtros. Es cierto, de un modo en el que otros cineastas ya nos la habían mostrado. Las referencias aTaxi Driver (Martin Scorsese, 1976) y American Psycho (Mary Harron, 2000) son evidentes. No tan solo por lo que tienen en común sus personajes, sino por lo protagónico del espacio que habitan: principio y fin de su alienación. Sin embargo, hay en la sensibilidad de Carles Torras una lucidez particular, virtud del extranjero que (como diría Mizoguchi) ha aprendido a “lavarse los ojos después de cada mirada” y aún es capaz de reaccionar ante cada bandera (con barras y estrellada) que cuelga de la ventana, decora un vagón de metro o sirve incluso para dotar de identidad a quien la ha perdido (sea el muerto un héroe de la nación, o no). Porque pueden coexistir un sinfín de historias en la misma bandera y múltiples semejanzas en una película de identidad propia.

Asimismo, siendo Callback una obra de menor presupuesto (y precisamente gracias a ello), compite en una liga distinta de la que sale justamente victoriosa. Hasta el momento, Premio del Jurado en el Festival de Cine de Bruselas y, en el de Málaga, Premio a la mejor película, mejor guión y mejor actor. Premios claramente repartidos entre sus dos protagonistas, uno director y otro actor, ambos guionistas. El ya conocido Carles Torras y el bienvenido Martín Bacigalupo, actor chileno que da vida al personaje de Larry, quien traslada a la ficción parte de su experiencia vital como actor latino afincado en Nueva York. He aquí parte de la solidez de una obra que le debe a la elección de los aspectos técnicos la otra parte de responsabilidad.


Por un lado, su baja factura se manifiesta en pantalla con una sobria puesta en escena que, junto a la gran capacidad actoral del elenco artístico, impacta en el espectador como un documento de total veracidad. Sabiendo rentabilizar el uso del plano fijo, como reflejo del estatismo de un personaje, que no consigue avanzar en un mundo engañosamente móvil. O gracias a la adecuación del fuera de campo, ya sea como síntoma de una cámara moral que sabe sugerir antes que mostrar, pero sobretodo como representación de una realidad paralela: imperceptible, anhelada e irreal, hacia la que Larry se ve progresivamente abocado. 

El otro acierto en los aspectos técnicos de Callback reside en la banda sonora, precisamente, por la falta de música que la caracteriza. Y es que la realidad de Larry no se puede maquillar… Su soledad no entiende de melodías para el relax. Por el contrario, en el hogar los objetos resuenan con el eco propio de la ausencia. En la calle, el tráfico ruge como el más fiero animal. En la iglesia, el discurso del predicador roza el imperativo y se confunde con el del presidente de la nación. Mientras que en la mente de Larry los eslóganes publicitarios se suceden formando un sólido monólogo interior. El discurso capitalista que Larry debe ensayar, ora frente al espejo ora en off, pero que todos representamos a la perfección. 

De cómo evoluciona dicho monólogo hasta la cacofonía, algo podremos aprender. Porque Larry no es el único y Carles Torras nos lo recordará. A los Estados Unidos se puede llegar con una identidad y, por supuesto, con un gran sueño. La primera se pierde, en muchos casos, cuando caduca el visado. La que se gana y sobre todo se compra, sirve para permanecer y trabajar, pero nunca para volver atrás. No importa, la inercia del sueño no lo hace notar. Al principio… Pero el día en que el futuro llega en forma de presente y, con su nueva apariencia, la desdicha y la falta de oportunidades como desayuno habitual, Larry de Cecco resulta mucho más fácil de comprender. Porque Larry es Larry. 

Y nosotros también.


Epílogo: Eyes Wide Shut (1999), de Stanley Kubrick

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Un artículo de Juan Pais.

"Fue en el Wörthersee, muy poco antes de prometernos. Una hermosa noche de verano había un guapo joven ante mi ventana, que daba sobre un prado grande y extenso; hablábamos y, durante esa conversación, yo pensaba: qué joven más agradable y encantador… sólo tendría que pronunciar una palabra, que desde luego tendría que ser la adecuada, y saldría a reunirme con él y me iría a donde él quisiera… quizá al bosque;… o más hermoso aún sería irnos en barca por el lago… y esa noche podría conseguir de mí todo lo que me pidiera. Sí, eso pensaba… Pero aquel joven encantador no pronunció esa palabra; me besó delicadamente la mano… Y a la mañana siguiente me preguntaste si quería ser tu mujer… y yo te dije que sí."
Relato soñado, de Arthur Schnitzler.


El anuncio en 1996 de una nueva película de Stanley Kubrick causó sensación en la comunidad cinematográfica, habida cuenta de que el realizador neoyorquino estaba considerado uno de los mejores de la historia. El hecho de que su anterior producción, La Chaqueta Metálica (Full Metal Jacket, 1987), se rodase casi diez años antes no hacía más que aumentar la expectación hacia la que nadie pensaba que iba a ser la última película de Kubrick.

El cineasta neoyorquino tenía 68 años y su filmografía (muy corta, apenas 12 películas hasta entonces) había sido analizada con la meticulosidad y pasión con la que él rodaba sus filmes. Obras maestras como Atraco Perfecto (The Killing, 1956), Senderos de Gloria (Paths of Glory, 1957), Espartaco (Spartacus, 1960) o 2001 (1969) conformaban una carrera distinguida por la calidad y la innovación que había provocado el entusiasmo de sus admiradores pero también el desdén de detractores que le consideraban un director pretencioso y sobrevalorado.
Precisamente La Chaqueta Metálica, la anterior película de Kubrick, había sido recibida con disparidad de opiniones. Prevalecían las que vieron en ella uno de los mejores acercamientos cinematográficos a la Guerra de Vietnam pero muchos críticos opinaron que era una de las más flojas películas de su director. Los seguidores de Kubrick esperaban que no fuese su última película, aunque dada la reserva e imprevisibilidad con la que se desarrollaba su carrera, no podía saberse qué haría después de La Chaqueta Metálica.



Relato Soñado (Traumnovelle)  fue la respuesta. Esta novela de 56 páginas (fácilmente encontrable en Internet), escrita por Arthur Schnitzler, y publicada en 1926 se desarrolla a finales del siglo XIX en la Viena romántica. En ella se narra el deterioro de una pareja perteneciente a la burguesía y explora la ambivalencia del aparentemente feliz matrimonio, contraponiendo las fantasías amorosas de la mujer con las aventuras reales de él.

Una noche, el doctor Fridolin y su mujer, Albertina, recuerdan sus vacaciones del año anterior en Dinamarca, confesándole ella que en aquellos días se sintió atraída por un joven militar. Esa misma noche, un impresionado Fridolin es llamado para atender a un enfermo en su domicilio, al que encuentra ya muerto. Marianne, la hija del fallecido, trata de seducir al doctor pero éste, muy sorprendido, la rechaza, como también lo hace con una prostituta que le ofrece sus servicios. La noche aún tiene que darle más sorpresas a Fridolin, que está viendo como la base moral de su vida burguesa se resquebraja.

Nachtigall, un viejo amigo con el que se encuentra, le habla de una sociedad secreta para la que va a tocar el piano esa noche en una residencia privada. Un intrigado Fridolin se hace con un disfraz y una máscara y acude a la casa, donde le perturba ver a otros invitados disfrazados teniendo sexo con mujeres desnudas que sólo llevan máscaras. Una mujer le advierte que se vaya pero Fridolin no lo hace. Al ser descubierto, dicha mujer pide ser sacrificada en lugar del doctor.

Cuando Fridolin llega a casa, Albertina le confiesa que en sus fantasías con el militar danés, él era torturado y crucificado ante sus ojos sin que ella se alterase por ello. Muy alterado, el doctor cree que eso prueba que su mujer quiso traicionarle, y abandona el hogar para entregarse a la búsqueda del placer sexual. Sin embargo, no sólo el sexo, también la muerte, le van a acechar desde ese momento.

A Kubrick le fascinó Relato Soñado desde que lo leyó, en la década de los sesenta, considerándola una estupenda base para hacer una película sobre las relaciones sexuales. Tenía pensado que fuese la película que rodase después de 2001: Una Odisea en el Espacio, pero surgió la oportunidad de filmar la adaptación de la novela La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange, 1971), de Anthony Burgess, y aparcó el proyecto, aunque con la esperanza de poder llevarlo a las pantallas algún día.


Es en los años noventa cuando Kubrick vuelve a Relato Soñado (Traumnovelle). Trabaja junto a Frederic Raphael en la adaptación, que consistió fundamentalmente en trasladar la ambientación de la Viena del XIX a la Nueva York de un siglo más tarde. En su libro Eyes Wide Open,Raphael relata la experiencia de colaborar con Kubrick. Según Raphael, a pesar de que los personajes de la obra de Schnitzler eran judíos, Kubrick insistió en que fueran americanos whasp, para que ningún detalle provocase presunciones. Raphael, que confirma la fama de raro y maniático de Kubrick, también explica que para la película se barajaron títulos como You and Me y The Female Subject, eligiendo el director el definitivo.

Terry Semel, presidente de Warner Brothers, aprobó el proyecto y empezó el proceso de preproducción. Seleccionar a los actores fue el primer paso. Semel animó a Kubrick para que contratase a estrellas, ya que no había trabajado con ninguna desde que dirigió a Jack Nicholson en El Resplandor (The Shining, 1980). Así, Kubrick, que tenía pensado que los protagonistas fueran matrimonio en la vida real, ofreció los papeles del Dr. Hartford (el original Dr. Fridolin) y su mujer, Alice (Albertina), a Tom Cruise y Nicole Kidman, después de que hubiese considerado a Alec Baldwin y Kim Basinger.



El rodaje se desarrolló a lo largo de 400 días, lo que lo convierte en el más largo de la historia del cine, y así consta en el Libro Guinness de los records. Además de en los estudios Pinewood (donde se construyeron réplicas de las calles neoyorquinas), diversas localidades inglesas fueron utilizadas para la filmación. Por ejemplo, la mansión Elvendel Hall, en Suffolk, fue el escenario elegido para las escenas de orgía, y la clínica Gower Street Practice albergó la consulta del Dr. Hartford.Kubrick se negaba a volar y la ambientación neoyorquina se resolvió enviando a la segunda unidad para que rodara planos de situación en la Gran Manzana.

El extremo perfeccionismo de Kubrick provocaba una y otra vez la repetición de muchas tomas, algo nada raro en su forma de dirigir. En sus películas todo parece formar parte de un plan. Nada es desdeñado por minúsculo o intrascendente. Hay muchas referencias a su meticulosidad, desde filmar 95 tomas de Tom Cruise atravesando una puerta hasta hacer que la pareja durmiese en la cama de sus personajes. Algunos actores acabaron hartos, como Harvey Keitel, la primera opción para el papel de Victor Ziegler, el millonario amigo del Dr. Hartford. Fue reemplazado por Sydney Pollack, rumoreándose que éste fue una imposición de la productora, que viendo la dilatación del proyecto, había barajado la posibilidad de despedir a Kubrick y pedirle a Pollack que dirigiese la película. También Jennifer Jason Leigh abandonó el barco, siendo sustituida por Marie Richardson.



El estreno norteamericano de Eyes Wide Shut tuvo lugar el 16 de julio de 1999 y constituyó un gran éxito de taquilla, siendo la primera película de Kubrick en alcanzar el número 1 en la taquilla. En gran medida, el éxito comercial se debió no sólo a la presencia de Cruise, entonces en el cénit de su carrera, sino también al haberse censurado escenas de desnudos que hubiesen obtenido la temida calificación NC-17. La recepción crítica fue muy positiva, destacándose la complejidad, la madurez y el misterio de Eyes Wide Shut.

Sin duda, nos encontramos ante una película muy inteligente y sincera. Como es habitual en el cine kubrickiano, la elegancia de la puesta en escena y la perfección técnica arropan a una profunda e implacable disección de psicología humana, la del Dr. Bill Hartford, un moderno Leopold Bloom que vive una intensa, sobrecogedora y reveladora odisea que le hará descubrir aspectos dormidos de su personalidad y también los lados más oscuros de nuestro mundo, aquellos que le invitan a conocer dos modelos que conoce en la casa de Victor Ziegler y que se ofrecen a acompañarle "más allá del arco iris".



Y es que el cromatismo es muy importante en Eyes Wide Shut. Los colores se utilizan para proporcionar información sobre el estado anímico de Hartford, de cuya mano somos guiados a través de la película. Cuando predomina el color azul, el personaje de Tom Cruise se encuentra ante la incertidumbre, el misterio, y la inquietud. En cambio, cuando aparece el rojo, la tentación y el sexo rodean al buen doctor. La multitud de colores del antes citado arco iris indican la luminosidad de las vidas de los personajes, pero también su hipocresía; de ahí la sugerente invitación de las modelos señalada en el párrafo anterior.


Para lograr un potente efecto dramático en los colores, Kubrick y el director de fotografía, Larry Smith, eligieron una película a punto de ser descatalogada por Kodak– que se comprometió a fabricarla especialmente para la película – que incrementaba el contraste y saturaba los colores. Con ello se logra un aspecto de ensueño, onírico, muy útil para ilustrar la peripecia del Dr. Hartford, atrapado entre la realidad y los sueños.

Conviene también decir que la sofisticación de Eyes Wide Shut también la perjudica. A la hora de describir el mundo oculto que descubre Cruise, hubiese sido adecuado imprimirle un tono más malsano al conjunto. De alguna manera, es una película a la que le falta más suciedad en todos los niveles para resultar totalmente perturbadora. Roman Polanski o Michael Haneke posiblemente hubiesen llegado más lejos, provocando una mayor incomodidad en el personaje y el espectador.


El 7 de marzo de 1999, seis días después de haber mostrado un primer montaje de Eyes Wide Shut al matrimonio Cruise-Kidman y a ejecutivos de la Warner, Stanley Kubrick murió repentinamente en su casa de Hertfordshire. El mundo se sorprendió ante el inesperado deceso de un hombre que todo el mundo creía que gozaba de buena salud (aunque dado el secretismo que rodeaba su vida nada es seguro). Una autopsia determinó que el fallecimiento fue debido a causas naturales, pero no tardaron en surgir hipótesis más o menos delirantes que sugerían el asesinato de realizador por haber desvelado las interioridades de las sociedades secretas; esas teorías conspiranoicas se multiplicaron con la generalización del uso de Internet, como era de prever. Quién sabe, tal vez Eyes Wide Shut le costara la vida a Kubrick.

Medio siglo de un clásico: El Bueno, el Feo y el Malo (1966)

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Un artículo de Mike Sanz.


En 2016 se cumplen cincuenta años del estreno de una película, para muchos, fundamental. Este artículo no persigue desvelar detalles, anécdotas y curiosidades acerca del rodaje de El Bueno, el Feo y el Malo (Il Buono, Il Brutto, Il Cattivo), de Sergio Leone. Para ello se han escrito otros mucho más completos. Por el contrario, a través de la visión particular de un espectador, se dan unas pinceladas acerca de la relevancia de este hito cinematográfico.

La primera vez que vi El Bueno, el Feo y el Malo debió de ser una sobremesa de fin de semana, aquellas que dedicaban a emitir westerns en televisión. Me gustó, sobre todo por la música y porque la protagonizaba uno de mis actores preferidos, Clint Eastwood, quien me había marcado por cómo disparaba y mascaba tabaco en El Fuera de la Ley (The Outlaw Josey Wales, 1976). Años después, cuando comencé a cultivar con mayor dedicación la cinefília, busqué la película para volver a verla. Fui a la sección de cine del Oeste de la biblioteca. Al llevar la copia de la película al mostrador, el bibliotecario observó mi carnet, leyó la carátula, sonrió y dijo: «Sabia decisión. El bueno, el feo y… el peor». La rodeaba un aura mágica. Disfruté mucho cuando vi la película, una aventura de tres horas, personajes canallas, pinceladas de la historia de Estados Unidos, paisajes secos, y una música apabullante. Lo que no tardé en descubrir es que, gracias a ella, pude disfrutar más de películas posteriores que bebían de su estética y soluciones visuales, en especial del cine de Quentin Tarantino.

No fue hasta julio de 2014 cuando pude verla en el cine. Hacía unos días, había fallecido el veterano actor Eli Wallach, por lo que la iniciativa de Phenomena, que recupera clásicos para la pantalla grande, decidió aprovechar la ocasión y proyectar la película más querida de Wallach en pantalla grande. Antes de entrar al cine, conocí la Asociación cultural de Sad Hill, quienes han restaurado el cementerio ficticio de Burgos en el que transcurre el tercer acto de la película. Pues bien, ver El Bueno, el Feo y el Malo en el cine fue una experiencia sobrecogedora. Me llevé varias sorpresas. Para empezar, descubrí que Tuco era el verdadero protagonista, un personaje con pliegues, conflictos familiares y morales, mucho más que un simple granuja. La violencia se hacía más palpable y cruda en la oscuridad de la sala de cine, mientras que la emoción del éxtasis del oro, una de las escenas más emblemáticas del filme con la brillante música de Morricone, contagiaba a toda la platea. 

En su prólogo a la primera novela de la saga La Torre Oscura (The Dark Tower), titulado «Sobre tener diecinueve (y algunas cosas más)», Stephen King resume qué significa El bueno, el Feo y el Malo para muchos a través del relato de la primera vez que vio la película. El escritor de terror recuerda con asombro una visión majestuosa del Oeste norteamericano, un desierto apocalíptico y, ante todo, una aventura de dimensiones épicas que rivalizaba con Ben-Hur y la lectura de El Señor de los Anillos. 

Pues bien, medio siglo después de su estreno, la película mantiene su carácter épico, casi mítico, que comprende desde los vastos parajes que transitan los personajes y los cañonazos de un lado al otro del puente que lleva a Sad Hill, al poncho mugriento que viste el pistolero sin nombre, que solo responde al apodo de Rubio (Blondie). La aventura está garantizada.

Desembarcamos en Sitges 2016: Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya

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Hoy, día 7 de octubre, inicia su andadura la 49a. edición del Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya. La localidad costera de Sitges, en la comarca barcelonesa de Garraf, acogerá un año más una abundante selección de películas que se engloban en el amplio abanico del género fantástico y de terror. 

Como editor jefe de la bitácora, he decidido apostar decididamente por la cobertura de este certamen de referencia. Esta iniciativa va a ser posible gracias al entusiasmo de dos colaboradores: Adriano Calero y Carles Martinez Agenjo. Ellos van a tomar posiciones en Sitges a partir de hoy y realizarán reseñas y críticas diarias que serán publicadas regularmente en El Cine de Hollywood.

Aprovecho la ocasión para agradecer a Adriano y Carles su compromiso y disposición. Son dos grandes analistas que, a buen seguro, sabrán extraer lo mejor de este gran evento. 

El Festival proyectará 174 películas a lo largo de diez días. La sección oficial incluirá 47 títulos entre los que destacan las nuevas producciones de Werner Herzog, Paul Schrader, Nicolas Winding Refn, Rob Zombie, Kevin Smith, Adam Wingard y Nacho Vigalondo, entre otros.

La representación asiática será, como siempre, destacadísima. Este año se proyectará The Handmaiden (de Park Chan-wook), The Age of Shadows (de Kim Jee-woon), Seoul Station y Train to Busan (ambas dirigidas por Yeon Sang-ho), The Wailing (de Na Hong-jin), y Terraformars (del experimentado Takashi Miike). 

También habrá espacio para el nuevo documental de Terrence Malick, Voyage of Time, y para un drama oscuro que fue aclamado en el Festival de Cannes. Se trata de Comanchería (Hell or High Water), película dirigida por David Mackenzie, y protagonizada por Jeff Bridges, Chris Pine y Ben Foster. 

El festival homenajeará a Max Von Sydow, Christopher Walken y Bruce Campbell. Pasará también por el festival Walter Koenig, el simpático Pavel Chekov de la saga original de Star Trek. Una presencia que no es casualidad porque el certamen dedica esta edición al cincuenta aniversario de la franquicia creada por Gene Roddenberry. En el marco de esta conmemoración, se proyectará el documental For the Love of Spock, un proyecto de homenaje a Leonard Nimoy que ha sido dirigido por el propio vástago del vulcano legendario. 


Esta es la nota de prensa oficial del Festival:

Sitges 2016: todo a punto para el mejor fantástico del momento. 
Proyecciones, masterclasses, presentaciones, Q&A, encuentros de la industria, actividades académicas... El Festival tiene preparada ya su amplia oferta.
La 49ª edición del Sitges – Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya está lista para abrir sus puertas. Durante diez días, del 7 al 16 de octubre, el mejor cine fantástico aterriza en Sitges, que ejercerá de escaparate de las últimas novedades de género, las propuestas más arriesgadas, las grandes producciones y también las pequeñas joyas del cine independiente. Sitges 2016 llega repleto de grandes caras conocidas del universo del fantástico y del terror, junto a los talentos más jóvenes y emergentes. En esta edición, el Festival también refuerza su apuesta por las mejores series de televisión del momento, una completa selección del más destacado cine de animación y un cuidadoso repertorio de documentales. 
Sitges 2016 también emerge como un punto de encuentro de la industria audiovisual. Un completo programa de actividades reunirá a los diferentes actores del sector cinematográfico, convirtiéndose así en foco de oportunidades para los jóvenes directores. La programación del Festival propone, así mismo, una completa oferta de actividades paralelas, consolida este año la sala Tramuntana, y descubre las últimas tendencias de realidad virtual. Un menú para todos los gustos.

Sitges 2016: Día 1 y The Tiger

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Un artículo de Adriano Calero.

Sí, señoras (y señores), están bien informados. Quizá algo expectantes, también. No es para menos. Hoy ha empezado la 49 edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Catalunya. O como se le conoce en casa, el Festival de Cine de Sitges.¿Economía del lenguaje tal vez? Por supuesto. Porque ni se obvia su contenido fantástico, ni su repercusión internacional. Es más, hubo una época en que al fantástico le acompañaba el terror.



Y durante algunos años ni el uno ni el otro. Sin embargo, desaparezca o no de los titulares, la memoria colectiva no perdona y a nadie se le pasa por alto el protagonismo que tiene el género en dicho festival. De hecho, el tándem cine y Sitges funciona ya como una marca de renombre, como inductor de un imaginario que anhela ser rebasado. Y de qué manera…



A las 8:15h de la mañana se ha escuchado el ansiado pistoletazo de salida: The Tiger de Park Hoon-Jung (Corea del Sur, 2016) como primera proyección del día y (disculpen la insistencia) del festival. Una película que enfrenta a un gigantesco tigre de Amur, el Sr. de la Montaña, con un cazador furtivo al que da vida un gigante de la interpretación como es Choi Min-Sik. Todo ello a través de las montañas nevadas de una inhóspita Corea ocupada por el Imperio de Japón, ya que es el año 1925 el que transcurre en la ficción. He aquí la clave del relato… En apariencia, tan solo la narración épica de dos fuerzas en lucha: el bien y el mal, el hombre y la naturaleza, la vida y la muerte. Algo así como El Renacido (The Revenant, 2015) que toda nación guarda entre sus secretos y que no todos los directores se atreven a contar. No obstante, Park lo hace de un modo mucho más sobrio. A pesar de que la exuberancia de los paisajes pueda ser parecida, en The Tiger la cámara se mueve lo justo y necesario, mientras se saca provecho del montaje interior al plano. Por suerte, el lenguaje cinematográfico ofrece mucho más que travellings.


Asimismo, dicha dicotomía viene representada por una sabia elección del espacio y del modo en que es mostrado. A destacar la predominancia de las formas verticales como sinónimo de vida (los árboles desnudos que se pierden en su escalada hacia el cielo, el vacío que asoma ante cada montaña escarpada, el conjunto de las tropas japonesas que, mientras siguen con vida, avanzan manteniendo el rifle bien alto… aunque sea la desolación lo que dejan a su paso) frente a la transversalidad de otros elementos que insisten en recordar la inminencia de la muerte (el arma que se dirige a la víctima, el felino que se desplaza sigilosamente, la intensa nevada que, impelida por el viento, parece atravesar los cuerpos que encuentra a su paso, los cuerpos finalmente sin vida que yacen sobre la nieve… aunque en algunos casos emanen una paz que en vida no tenían). Porque, como el verde y el rojo que lucen los militares japoneses en su traje, los elementos contrarios son complementarios. El tigre y el cazador, el bien y el mal. ¿Les recuerda al Yin-yang? No es de extrañar que en la bandera coreana sea el claro protagonista.

Sin embargo, la bandera japonesa permite otra analogía y es de nuevo a partir del espacio que se puede explicar. Tras una de las batallas definitivas, la cámara decide mostrar las rojas manchas de sangre que se suceden sobre la nieve blanquecina, dibujando a su paso innumerables banderas niponas. Es suelo coreano, o al menos lo era hasta que las fuerzas japonesas se apoderaron de él, orquestando una guerra que nunca acabarán. En cierto modo, Park viene a recordarnos que no es el sol naciente el que se deja ver sobre la tela blanca, sino la sangre de los pueblos oprimidos y enfrentados a lo largo de la historia. Aunque sea solo a modo de apunte, la crítica está servida.

Lástima que dicha sutileza moral se vea empañada, en algunos momentos, por una banda sonora que pretende subrayar cada emoción ofrecida, o por unos fallidos flashbacks que se dedican a explicar aquel significado que sabiamente se desprende de la trama. Más aún cuando decisiones de índole tan convencional, se conjugan con otras tan arriesgadas como establecer el punto de vista en el propio tigre, así sea en dos secuencias contadas, para defender la teoría que aquí se ha explicado: que cazador y tigre son uno mismo. Bien es cierto que semejante determinación tiene más del cuervo de tres ojos a través del cual puede ver Max von Sydow (en la serie Juego de Tronos y Gran Premio Honorífico en este Sitges 2016) que al capricho de Peter Jackson en El Señor de los Anillos cuando aniquila al espectador convirtiéndole en una flecha. Pero como dice otro de los personajes de The Tiger antes de exhalar un último suspiro: “que un cazador muera cazando, no tiene importancia” y que un director falle arriesgando, tampoco.

De este modo, a base de aciertos y errores, riesgos y comodidades, pero mucha diversión, ha proseguido una jornada sobre la cual aún hay mucho que decir. Principalmente, en relación a la Gala de inauguración, el inicio oficial de este Festival. El cual se ha hecho esperar unas 30 películas más, con sus respectivas presentaciones y carreras entre salas, entrevistas, colas infinitas, críticas adaptadas a todos los medios (la charla post-film como crítica estrella) y mucho aplauso y poco abucheo. Porque el público de este festival aplaude incluso para rechazar. La exquisita teatralización del veredicto de Cannes aquí no se verá… ni se escuchará. Al público de Sitges no se le exige vestir smoking ni traje largo para disfrutar del buen cine, como tampoco debe formular su opinión durante los títulos de crédito con una versión renovada del verso pollice. En el Festival de Cine de Sitges los aplausos surgen de una manera espontánea, a veces incluso antes de tiempo, motivados por la aparición en pantalla de un nombre conocido o fruto de la excitación que genera lo desconocido. Pero siempre fruto de un placer personal y, por qué no decirlo, de una transgresión cinéfila que nos ha acabado de perfilar. Porque en el Festival de Sitges la ficción reside en la pantalla. Porque, señores (y señoras), esto no ha hecho más que empezar.

Sitges 2016: Inside (o cómo reformar sin éxito el gore francés)

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Un artículo de Carles Martinez Agenjo.


La misma pantalla que se inundó de aciertos en 2002 con una película tan espléndida como olvidada que hoy toca reivindicar: Guerreros de Daniel Calparsoro. Destacó por su guión. Preciso y efectivo. Por su flirteo con el terror. Y también por su capacidad para convertir la zona de batalla de Europa del Este en una reivindicación del instinto animal más primario y desquiciado. Lo que parecía un modesto granito de arena ante un género eminentemente americano, como es el bélico, se transformaba en un impactante descenso a los infiernos.

Sin ir más lejos, Miguel Ángel Vivas, director de Inside, la gran película inaugural de este Sitges Film Fest, demostró esta misma capacidad por brillar mediante la invocación de lo salvaje en su debut: Secuestrados (2010). Asimismo, la película, modesta, pero muy cuidada a nivel estético, se incorporaba al terreno del slasher contemporáneos con asalto doméstico incluido –¿o deberíamos llamarlo nuevo gore europeo?– para resituar el plano-secuencia como póquer de una partida donde competía con el rebobinado de los Funny Games de Michael Haneke, el discurso metafísico de Martyrs (Pascal Laugier, 2008) y los silencios de la malsana Los extraños de Bryan Bertino. Quizá la gran formalista de esta extraña familia posmoderna sea À l’intérieur (Alexandre Bustillo, 2007). El torture-porn, subgénero acuñado por Eli Roth y James Wan, que abraza fuerte todas estas propuestas, encontraba aquí una buena combinación. Por un lado, la historia de una chica embarazada acosada por una intrusa vengadora que pretende arrancarle su bebé, brindaba momentos de oscura reflexión, como la imagen de una tez pálida escondida en las profundidades de un oscuro salón o la siniestra fotografía revelada de estas mismas facciones capturadas en la inmensidad de la noche a través de un cristal. Por otro lado, Bustillo cerraba su propuesta con un festín dionisíaco para reivindicar el gore en un campo de batalla gobernado por el absurdo y las salpicaduras como necesario placer inyectado a un público sediento de batidos de splatter.

Remake de À l’intérieur dirigido por Miguel Ángel Vivas y producido y escrito por Jaume Balagueró, Inside parece volver a la condición bicéfala de los Guerreros de Calparsoro, aunque la ecuación de géneros y la reivindicación maligna sean otros. Se trata de una película que combina la intriga, el terror y el absurdo con un broche distinto, en este caso el melodramático, para ofrecer algo más que mero cine de género. El problema, que lo hay y grande, radica precisamente en este intento por subvertir el material de partida. Vivas ha recortado los trazos oníricos y más brutales de los infiernos de Bustillo y ha optado por un thriller unidireccional con un desenlace que se aleja de la monstruosidad pesadillesca del film original para darle la mano al humanismo redentor y a la épica hollywoodiense más trillada: un intento fallido de insuflar profundidad a una historia ya contada.

Sí, Inside está filmada con ritmo, un reparto solvente y buena factura técnica. Pero seamos críticos. Con todo el recorrido que les queda por delante, a Vivas y a Balagueró hay que exigirles mucho más.

Sitges 2016: zombies de primera y segunda división

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Un artículo de Carles Martinez Agenjo.

El martes, 8 de octubre, los astros que componen el escudo trekkie del cartel de este año se alinearon para dibujar otra cosa. El Festival reunió bajo un mismo firmamento dos películas idóneas para acompañar la ya tradicional Zombie Walk, celebrada el mismo día en las calles de Sitges. Por un lado, el Auditori del Hotel Melià proyectó, por segunda vez, Train to Busan (Yeon Sang-ho, 2016). Por otro, la cinta británica apocalíptica The Girl with All the Gifts (Colm McCarthy, 2016).

La primera es lo más parecido a una trituradora de géneros posmoderna. Comprime, al mismo tiempo, una road movie con el cine de catástrofes, las pandemias e introduce un desatado tono cómico, deudor de aquellos infectados contorsionistas de la colección manga I Am a Hero de Kenzo Hanazawa.


El viaje en tren bala de un padre con su hija para visitar a su ex mujer se convierte en un torbellino de sangre y acción provocadas por la necesidad de sobrevivir entre vagones infestados de no-muertos en una historia donde no tardarán en surgir las dudas, los miedos y el egoísmo más reprobable. Asimismo, la película tiende, como no podía ser de otra forma, a la caricatura hollywoodiense. Pero lo hace de la forma más despreocupada posible. Con la inclusión, por ejemplo, de un primer plano del protagonista embobado, sonriendo a cámara, a punto de completar su zombificación con la mirada perdida ante un recuerdo del nacimiento de su hija que parece pergeñado para un anuncio de loción corporal. Con todo, Sang-ho confecciona una obra modesta, tan trepidante en su tempo narrativo como divertida en el diseño de los pasajeros que tratan, por todos los medios, de sobrevivir al apocalipsis. Tras destacar en el ámbito de la animación, el cineasta coreano firma así un espléndido debut con reparto de carne y hueso en un año donde también presenta en Sitges otra película sobre infectados: la inquietante Seoul Station.



La inglesa The Girl with All the Gifts , en cambio, es una propuesta mucho más empeñada en sentar cátedra, que se empeña en refrescar el subgénero zombie. Autor de un maravilloso episodio de la serie Sherlock llamado The Sign of Three (2014), donde el antológico detective era el eje central entre la comedia y el drama durante la boda de su “querido Watson”,McCarthy ha demostrado, en su segundo largometraje como realizador, un gusto quizá excesivo por la ambición. Mike Carey, autor de la novela que adapta el film, se ha ocupado del guión. Parece una ventaja, a la luz de, por ejemplo, la exitosa Un Monstruo Viene a Verme (Juan Antonio Bayona, 2016), también redactada por el escritor del mismo libro que da nombre a la película. La realidad de McCarthy, sin embargo, es otra. Se aleja del gran cine. El periplo al que se somete Melanie, la más audaz entre una clase de niños controlados por el ejército, mitad zombi, mitad humanos, que reciben su educación alejados de una Londres devastada y condenada a la desaparición, no logra hacer vibrar el alma.


McCarthy y Carey disponen los estímulos suficientes –una solvente Glenn Close, la idea de los zombis-hongo, el apocalipsis como única escapatoria y un subtexto que remite a La caja de Pandora– como para destacar por su originalidad. Pero ni la lectura mitológica sorprende, por evidente y falta de sutileza, ni la inclusión de una pandilla de pequeños zombies salvajes y gritones beneficia el previsible resultado final de una película que se toma demasiado en serio a sí misma y que aminora progresivamente como un coche falto de gasolina.


Los zombies de este martes, en definitiva, destacan más por asiáticos que por europeos, por ser más desenfadados que calculados, por su capacidad de invitar a la carcajada que por sus pretensiones.

Si McCarthy es incapaz de impactar tras cuestionarse porqué debe sacrificarse una mayoría infectada en virtud de una minoría todavía humana, Sang-ho prefiere interrogarse sobre la monstruosidad del individuo en situaciones límite, pero, lo más importante, sin perder nunca el sentido del ritmo ni del humor. Train to Busan es uno de los trayectos ferroviarios a toda pastilla más alocados y divertidos de los últimos años, con permiso de la metafórica Snowpiercer (Bong Joon-ho, 2013). Y también una de las mejores películas en lo que llevamos de Sitges.

Sitges 2016: The Wailing y Under the Shadow

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Un artículo de Adriano Calero.


EL LLANTO INFINITO


El tercer día de este Sitges 2016 amanece con la terrible noticia de un asesinato. Todo el mundo está realmente compungido… Y extrañado. Horas antes, la calma era tal que nadie lo habría podido imaginar. Ni siquiera ese pescador que acariciaba la noche con su caña frente al mar. Sustraer una vida no parece difícil, ¿Cuántas arrebatará dicho pescador? La respuesta de muchos será quedarse en casa y disfrutar de un copioso desayuno. Es un día lluvioso y parece no querer remitir. No lo hará. Tal vez debamos plantearnos si hay alguien desde el cielo que nos observa y llora sin cesar. Dios o Alá. De dioses (y demonios) tenemos que hablar.

En un año del festival en que el anuncio promocional parte de la diversidad religiosa, para referirse a una religión sanadora y universal como es el cine, la elección de películas como The Wailing de Na Hong-Jin (Corea del Sur, EEUU, 2016) y Under the Shadow de Babak Anvari (UK, Jordania, Qatar, Irán, 2016) supone un acierto a destacar. Principalmente, porque ambos directores han sabido integrar en los géneros predilectos del festival, un discurso crítico sobre las diferentes manifestaciones de la religión en la sociedad. De un modo que, las dos películas, funcionan al mismo nivel como thriller y sátira religiosa. Y, en general, como obras de gran calidad.



Por un lado, The Wailing, estrenada esta mañana de un día gris y húmedo, pero no lluvioso, nos propone reflexionar sobre el mal y todas sus manifestaciones, dentro de un marco religioso cristiano. El epígrafe que abre la película no deja lugar a dudas:

“Entonces ellos, espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu. Mas él les dijo: ¿Por qué estáis turbados y surgen dudas en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo.”
Del Evangelio según Lucas 24, 37-39

Con este punto de partida, que hará pensar (incluso a los que no hicieron la catequesis) en la resurrección de Cristo, al que le sigue el plano de un extraño personaje que parece meditar mientras pesca (los que sí la hicieron recordarán que un trozo de pescado es lo que se dice que comió Jesús tras su resurrección), Na Hong-Jin construye un relato de vida y muerte, de persecuciones, por supuesto, también, pero sobretodo de duda, sospecha y terror. Sentimientos que se originan en el espectador con el despertar lluvioso de una zona rural de Corea, quizás anticipado por la terrible noticia de un asesinato, pero que se agudizan en el transcurso del relato cuando la enfermedad se intensifica en el pueblo casi en forma de posesión demoníaca. La cual deriva, en todos los casos, en nuevos e inexplicables asesinatos que dibujan, sin embargo, el mismo rastro de sospecha hacia un extraño personaje, un forastero, que ya ni medita ni pesca.


Curiosamente, The Wailing que en su traducción literal hace referencia al lamento humano, ha sido traducida en nuestro país como El Extraño. Y, por una vez, cambiarle el título a una película, aporta más que resta. El primero de los títulos bien podría representar al personaje protagonista, el detective encargado del caso, que, teniendo a la hija enferma (o poseída), intenta por todos los medios dar con el responsable y evitar la gran tragedia. Pero se autocompadece… es cobarde, dubitativo e iracundo. En definitiva, terriblemente humano. Mientras que el forastero, extraño y meditativo, es en apariencia un turista japonés dotado de un carisma demoníaco. Si representa al mal, nadie lo sabe, pero que sea nipón en un año del festival en el que varios de los títulos coreanos, como The Tiger de Park Hoon-Jung y The Age of Shadows de Kim Jee-Woon, hacen referencia a la ocupación japonesa que sufrió el país durante casi treinta y seis años, no parece una decisión arbitraria del director.


Como ya hiciera en sus dos anteriores películas: The Chaser (2008) y The Yellow Sea (2010), su revisión del género policíaco va más allá de los límites establecidos. Na Hong-Jin ha demostrado dominar todas las capas del discurso narrativo, tanto formal como argumental, imprimiendo un lirismo impropio en las escenas de acción y una risa paradójica en las escenas dramáticas. Todo ello como muestra de la contradicción y el patetismo humano que en The Wailing alcanza cotas impensables. No solo hay acción, suspense y terror, sino crítica, misterio y reflexión. Y mucha simbología a interpretar…

La irónica relectura que hace Na Hong-Jin sobre algunos episodios de los evangelios, se manifiesta de un modo tan críptico que pide a gritos un segundo visionado. Aunque será un placer detenerse, una vez más, en la intensa lluvia que impide ver con claridad, como metáfora de la ceguera popular. En las plantas que se marchitan ante la presencia del mal, como antítesis de los milagros de Jesús. En el plato de pescado que engulle la hija del protagonista al enfermar y que recuerda al mismo que comió Jesús al resucitar. En las tres veces que se debería escuchar el canto del gallo para evitar la muerte colectiva en la película, mientras que Jesús necesitó tres días para volver a la vida… La importancia del número 3 en la religión cristiana es por todos conocida. La inculpación y el castigo también. Sino vean lo caro que le sale al protagonista retrasar su requerimiento en la escena del crimen por un copioso desayuno. Menos mal que a nosotros, la prensa de Sitges, no se nos pasa por la cabeza retrasar nuestras obligaciones por un delicioso manjar. ¿Falta de tiempo? De medios también. 



FANTASMAS CON BURKA




De factura muy distinta es Under the Shadow de Babak Anvari, aunque no por ello de menor calidad. Gracias a un uso depurado de las claves del género de terror y fantasmas, que recuerda al Babadook de la australiana Jennifer Kent(Premio del Jurado y el de Mejor Actriz en el Festival de Sitges 2014), Anvari construye un relato humilde y sencillo, pero muy poderoso, que sitúa al espectador en Teherán durante los años 80. En plena guerra entre Irán e Irak, una madre, joven y moderna, permanece en casa junto a su hija, mientras la ciudad de Teherán es bombardeada y el marido (y padre), doctor en primer lugar, se ve obligado a marcharse hacia la zona de conflicto como médico de guerra. Mientras tanto, en el hogar, la aparición fantasmagórica de ciertos desconocidos ofrece un motivo de duda al espectador, quien pueda debatirse entre la salud mental de la protagonista y la aceptación de un mal inexplicable, pero real.


Con este sencillo argumento y una predominancia de los interiores en el apartado visual, Anvari consigue trasmitir la asfixia y angustia de la guerra. Y algo más… Una crítica sutil y elaborada al extremismo religioso que se sustenta a partir de una sobria puesta en escena, enriquecida con pequeños detalles visuales. Porque no es de extrañar que todos los fantasmas que se aparecen ante la protagonista y su hija hagan un uso restrictivo de la vestimenta: el velo y la túnica, ahora ya en boca de todos. Del mismo modo que uno de los sustos memorables del film llega de la mano de la protagonista vistiendo la ropa tradicional, cuando se choca contra su propio reflejo en el espejo. O que dichos fantasmas aparezcan del techo agrietado del apartamento (el cielo) o a través de las ventanas que dan al exterior, todas ellas marcadas por una X (lo desconocido). 


Porque es en el hogar donde reside la paz, donde no es necesario fingir ni cubrirse el cabello. Así lo demuestran las dos únicas secuencias que transcurren fuera de la cercanía del edificio donde viven las protagonistas. Escenas alejadas del tono fantástico que destila la mayor parte del metraje, aunque marcadas por el terror realista de un rector que prohibe la entrada de una mujer a la universidad o de la amenaza policial que recibe la misma al no vestir de la manera “correcta”

Pareciera la descripción de un pasado muy lejano, más allá tal vez de los años 80… Paradójicamente, Under the Shadow podría contextualizarse en la época actual, cuando el incremento del yihadismo sigue siendo una de las fuentes principales del terror mundial. Porque es de este horror que habla la película. De la privación de libertad progresiva que sufrió la sociedad iraní, en especial las mujeres… y del miedo al castigo. De la mentira, delación y soledad. De la superstición y la interpretación equivocada del Corán.

Sitges 2016: Blair Witch

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Café con nervios

Hay jornadas en las que, como bien le ocurre a quien suscribe, el descafeinado se convierte en el mejor brebaje para nerviosos incontrolables que se encierran en un pase matutino de terror. Luego hay pases en los que el café se convierte directamente en la película. Y no hace falta que contenga alucinógenos… Sólo es necesario que el film en cuestión adquiera más la consistencia del agua turbia, del trago suave, irrelevante y olvidable, que del puñetazo en el vientre, la angustia y la herida en la retina.

Inside de Miguel Ángel Vivas, película inaugural de este Sitges, es un gran descafeinado. The Wailing de Na Hong-jin, una de las mejores propuestas en lo que llevamos de Festival, deja el poso de los mejores cafés italianos. Ante estos polos opuestos, la gran propuesta del pasado lunes, 10 de octubre, Blair Witch de Adam Wingard, ocuparía un lugar intermedio. Su gran baza es adoptar la forma de las aromas intensas. Su gran problema, que Wingard haya preparado un aperitivo en vez de un ágape.

La película narra el via crucis de un grupo de estudiantes que, ataviados con material audiovisual de última generación y acompañados por dos amantes del metal y el esoterismo, se adentran en los bosques de Maryland para grabar un documental sobre la desaparición de la hermana de uno de ellos. Como el respetable podrá intuir, se trata de una secuela estrictamente fiel sobre The Blair Witch Project (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999), una pieza clave del found footage para entender la tendencia arty y el espíritu de Youtube que los mockumentaries de terror han adquirido durante la última década.

La nueva obra de Wingard consigue a) incrementar las posibilidades de registro del film original, mapeando el terror que impregna cada recoveco de los bosques malditos mediante un dron, una microcámara y la visión selfie y b) se erige como ejercicio de síntesis formal que no duda en absorber los mejores momentos de aquellos títulos que han marcado un punto y aparte dentro del subgénero de películas sobre metraje encontrado. Resulta inevitable pensar en la niña Medeiros de la saga [REC·] de Jaume Balagueró y Paco Plaza, cuando la bruja aparece, por fin, como engendro escuálido que recorre pasillos y habitaciones de un hogar dominado por el mal. Tampoco se le escapará al espectador más atento alguna que otra referencia a la magnífica Megan is missing(Michael Goi, 2011), cuando una de las protagonistas es encerrada en un agujero tapiado.


Igualmente brillante es la capacidad de Wingard para ampliar significados. El director de The Guest (2012) apuesta por subvertir las leyes físicas en una película que reivindica el ingreso absoluto en las tinieblas mediante un relato circular imposible donde la última secuencia a tiempo real se corresponde con la primera, descubierta en Internet desde una apacible vivienda. Y los símbolos arbóreos que los protagonistas encontraban al despertarse en la cinta original se convierten ahora en inesperados muñecos de ritual vudú capaces de doblar el cuerpo de una joven como si de un jersey se tratara.

Sí, Wingard ha realizado una película en absoluto rutinaria y su esfuerzo por diseccionar un film tan icónico y convertirlo en experiencia palpable es innegable. Lo más sorprendente para este crítico, sin embargo, es su incapacidad para remover el alma. A diferencia de You’re Next (2011), su película más desatada y poderosa hasta la fecha, no hay trascendencia en esta reescritura sobre el calvario en los bosques de Blair. Y un terreno como éste bien lo merecía.

La gran pregunta que queda por formular es la siguiente. De haber caído este material en manos de, por ejemplo, Matt Reeves, exponente capital del found footage desde que estrenó la inmensa Cloverfield (2008), ¿le habría quedado mejor? Todavía queda Sitges por descubrir y café para saborear.

Sitges 2016: Star Trek hasta en la sopa

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Este año, Sitges no sería lo mismo sin detectar a Spock comiendo patatas fritas en la barra de un food truck. O descubrir, mientras uno se lava las manos, las mejores frases del Capitán Kirk en el espejo de los lavabos del Hotel Melià, como la que rezaba: “no existe lo desconocido, sino lo temporalmente desconocido”. El Festival tampoco luciría lo suficientemente sin la gigantesca mano que reproduce el saludo vulcaniano junto a la red carpet del Auditori. O sin el beso de cariño que el cartel y el spot de esta edición han enviado a Star Trek para celebrar los 50 años de una saga que hermana, como la mejor de las religiones, a pequeños y adultos de todo el planeta. Precisamente por esto, la reposición más acertada para honrar su cumpleaños y acompañar los más de 170 nuevos títulos en proyección, no podía ser otra que la primera película trekkie. Sin duda, la más genuina de todas las entregas.

Por suerte para el fan más exigente, justo antes de la proyección de este miércoles, 12 de octubre, el director del certamen, Ángel Sala, anunció uno de los momentos más esperados del Sitges Film Festival.Walter Koenig subió al escenario para recibir un homenaje a su larga trayectoria como actor. El eterno Chekov de la serie original levantó el premio Màquina del Temps, un reconocimiento que también recibirá en Sitges el héroe trash por excelencia de la comedia gore: Bruce Campbell.


Y así, tras una gran ovación, Sitges invocó el espíritu retro que siempre lo ha caracterizado con el Director’s cut de Star Trek, the motion picture (Robert Wise, 1979). Desde los créditos iniciales, gobernados por la banda sonora inmortal de Jerry Goldsmith, la sala se transformó en un acto de pura nostalgia. Como muchos ya recordarán, esta película recuperó miembros de la tripulación de la nave Enterprise, como Kirk, Spock, McCoy, Sulu y Chekov, entre otros. Y lo hizo años después de que la serie de televisión donde se dieron a conocer cerrase una primera etapa.

Consciente de que estaba resucitando un producto añejo y orientado al formato televisivo, Wise logró, a través de un elegante ejercicio de montaje, una de las cartas de amor más sentidas que se le pueden dedicar a un vehículo. La Enterprise volvió a lucir, inmensa, majestuosa, a punto para otra aventura más, en una secuencia que detiene literalmente el tiempo durante casi 5 minutos y que haría estallar al Halcón Milenario en un ataque de celos.


Otro de los grandes aciertos del film es su habilidad para el encadenado poético de planos. En este sentido, el Stanley Kubrick de 2001: Una odisea del espacio (1968), una obra cercana en tiempo y estilo a esta primera adaptación trekkie, sirve de telón de fondo tanto narrativo como estético. Douglas Trumbull, autor del derroche cromático de ambos filmes, muestra aquí una combinación de relámpagos, destellos y explosiones que tiene lugar en el segundo y tercer acto de la trama. En ellos, se narra el verdadero periplo de la Enterprise. Para salvar a la Tierra, deberá recorrer un agujero negro –el mismo que un niño pequeño utiliza como juguete en el entrañable corto Einstein-Rosen de Olga Osorio, también proyectado en Sitges– y enfrentarse a la lógica insana de una peligrosa macro-base de datos que ha desarrollado una inteligencia artificial. Y el estoicismo de Spock, piedra angular de Star Trek, será nuevamente puesto a prueba en un film donde destila magnetismo encarnando a una figura detectivesca tan cargada de matices como de gotas de humor.

Quizá el ritmo, las interpretaciones y la sensación de que Wise confeccionó un capítulo alargado, antes que una película redonda, se antojan como un obstáculo a la hora de traducir a la pantalla grande un material tremendamente arraigado a la serie B. No obstante, a esta producción escrita por Harold Livingstone y basada en las sagradas escrituras de Gene Roddenberry, no le faltan virtudes. Se antoja como un ejercicio tan humanista en su amor a todas las personas y aparatos de este universo, tan generosa a la hora de dar rienda suelta a reflexiones de carácter filosófico, que uno no tiene más remedio que rendirse de nuevo. La inclusión del Voyager real como macguffin en la ficción, el porqué de la existencia, la necesidad de conocer al Creador y el eterno abismo entre lógica y emociones, sedimentan en el cerebro del espectador que, satisfecho una vez más, abandona la sala mientras escucha por enésima vez la melodía de Goldsmith.

Así lo ha exclamado el periodista Àlex Gorina y así lo repetimos ahora y para siempre: ¡larga y próspera vida a una película que todavía reclama nuevos visionados!

Sitges 2016: The Handmaiden o la feminización de la mirada

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Un artículo de Adriano Calero.



“En este mundo, ante la implacable voracidad del tiempo, el erotismo debe compensar nuestras expectativas vitales.”
Fernando Calero
Compra un caballo en Estambul

En un mundo donde todos somos esclavos del tiempo, pero más preciso sería decir que lo somos del movimiento, la llegada al interior de la sala de proyección durante un festival de cine, suele estar representada por una sensación universal en el espectador, crítico o no. Por un lado, está la expectación común de aquello que se va a ver, evidentemente, manifestada de manera desigual en todos aquellos con los que se va a compartir el espacio. Algunos no cesarán de repetir la información recopilada antes del pase, mientras que a otros dicha información les parecerá una osada alegoría al spoiler. Eso sí, tras oír el sonido del código de barras y leer la palabra next en el rostro del trabajador, la respuesta de los asaltantes será generalizada. Al son de la sirena que, en vez de informar, parece acelerar el tiempo (y eso tampoco ayuda), la marabunta se pondrá en marcha. El ritmo acelerado, el ánimo impaciente y una lucha encarnizada por dar con la mejor butaca. Y, ¿cuál es esa? La tuya, siempre la tuya. Como las plazas de aparcamiento. Una vez las localizas, siempre son tuyas… Hasta que, en el camino, otro te la “quita”. ¿Qué pensará, entonces, aquel que te observe desde “tu butaca”? ¿Y un tercero que os vea competir?


Menos mal que el (buen) cine tiene respuestas para todo. Para evitar la forma más común del querer, la posesión, y para una imperante necesidad de mirar con ojos ajenos…

En primer lugar, The Handmaiden de Park Chan-Wook (Corea del Sur, 2016) es una película que sigue engrosando la interminable lista de obras coreanas en el festival, la mayoría de las cuales tiene como rasgo distintivo la ocupación japonesa de principios del siglo XX. Aparentemente es la época estrella de este año en la producción fílmica coreana, pero no se preocupen, no tendrán que lidiar con una lección de historia ni en The Tiger (Park Hoon-Jung, 2016) ni en The Age of Shadows (Kim Jee-Woon, 2016), ni mucho menos en la película que ahora nos ocupa. En The Handmaiden la época es tan solo una excusa para el estímulo creativo de quien la firma. Para la recreación estética de un cineasta obsesionado con la imagen, que ha sabido encontrar en la opulencia y en la estilización extrema su ya conocida carta de presentación. Asimismo, el conflicto, ora histórico ora emocional, enriquece la producción de ideas y le sirve a Park para exponer, con su particular híbrido de géneros, una mirada crítica hacia la tendencia patriarcal que imperaba en los años treinta (de la mano de la nación japonesa).

De este modo, The Handmaiden narra la historia de Sook-He, una joven y bella criada formada en el arte del pillaje, que tiene como premisa inicial robar la herencia de Hideko, la millonaria huérfana a quien sirve. ¿Joven y bella? Por supuesto, también. Si algo es sobresaliente en esta película es la elección del casting, pero la belleza tiene poco que ver. Las dos actrices protagonistas, de rostros y miradas complementarias, tienen en el parentesco de sus cuerpos la posibilidad latente de una relación equitativa. Porque el roce hace el cariño (y a veces genera fluidos) y las malas intenciones se pierden en el camino de un alma noble… Por lo que no deberían sorprenderse cuando vean a las protagonistas sellar con un apretón de manos el pacto de la amistad.

He aquí una escena de un erotismo sin igual que recuerda en su esencia a los versos de amor de Pablo Neruda:“Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, te pareces al mundo en tu actitud de entrega”. Porque más que sexual, hay algo poético, casi político, en las escenas lésbicas de The Handmaiden. A través de la comunión de las dos protagonistas, en total contraposición con el modo en que las relaciones heterosexuales son representadas, Park sugiere algo más que un tórrido romance: una búsqueda identitaria y la posibilidad de una liberación femenina; discurso que refuerza el de otras películas como Carol (Todd Haynes, 2015) o La Vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013). 


No obstante, en las amistades como en el amor, siempre existe la posible llegada de una tercera persona… y de una cuarta. Mientras es el tío de Hideko quien la retiene en su mansión, mitad gótica mitad japonesa (la primera dicotomía de una serie de opuestos), es el magnífico actor Ha Jung-Woo quien da vida al personaje que la corteja y la pretende liberar. Pero no hay espacio para las buenas intenciones en ninguno de los dos, sino la motivación económica y sexual de aquellos que representan la mirada patriarcal de la sociedad: una tendencia (aún vigente) a confundir la necesidad con la exigencia, el deseo con la posesión y los lazos familiares con una cuestión jerárquica.

En el apartado formal, Park compone de un modo que trasciende lo puramente estético, a pesar de que siempre es la punta del iceberg lo que se aprecia mejor. La manera como ilumina los espacios, enfrentando la realidad sombría del interior de la mansión con la brillante posibilidad exterior, recuerda a un pintor perfeccionista frente a la blanca posibilidad del lienzo. El acertado uso del formato panorámico y la profundidad de campo, nos recuerda que el cineasta cuenta con más opciones que la novelista para reforzar la intriga. Desde la dirección de actores y el montaje interior al plano, Park puede narrar y contradecir lo argumental, anticipando los posibles giros del guión. Y lo hace. Solo es necesario estar atento a las sutilezas del comportamiento humano.

Porque The Handmaiden es la libre adaptación de la novela de Sarah Waters, Falsa identidad, de la que hereda la estructura en tres partes y su apuesta por un punto de vista variable como medio para la elaboración del suspense. Pero la aportación del cineasta es tal, que la alternancia del punto de vista no depende de la voz en off que inicia el relato, sino de un dominio global del lenguaje cinematográfico e incluso de la sabia elección de los idiomas en los que cada personaje se expresa. Mientras que los personajes masculinos, aún siendo coreanos, se comunican en japonés con Hideko, el idioma del poder en la época, ella prefiere su lengua nativa para comunicarse con Sook-He en la intimidad. 


Asimismo, la película está plagada de motivos visuales que funcionan sin la necesidad de un contexto. Algo así como ideogramas de conocimiento, como el resultado de la suma de contrarios mencionados a lo largo del texto… Que la primera manifestación erótica de la película, cuando la libertad de Hideko aún es una utopía, dibuje en la imaginación del espectador una felación o que la asfixia autoimpuesta de Hideko como narradora de relatos eróticos suceda en una biblioteca llena de hombres, ¿les sugiere algo?

Sea como sea, la asfixia de la mujer no siempre es cosa del pasado…

Sitges 2016: Que Dios nos Perdone y The Limehouse Golem

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Botellas de angustia

Es sabido que, cada mañana del Festival, Sitges despierta con la antológica llegada de King Kong invadiendo la playa de la catedral. El pasado 13 de octubre, sin embargo, el oleaje marino trajo algo más que un simio gigantesco y un puñado de nuevas películas a competición. Una botella apareció flotando sobre las aguas. La ocasión ideal para un ecologista. O para un cinéfilo. Cualquiera de ellos. Incapaces de resistirse al secreto guardado en su interior.

Más que una botella con mensaje, el tercer título de Rodrigo Sorogoyen, su primera gran producción ganadora en San Sebastián a Mejor Guión, se descubre ante los ojos del visitante como un muerto en medio de la playa a primera hora de la mañana. Con todas las preguntas que esto conlleva.


Co-escrita por Sorogoyen e Isabel Peña, el mismo tándem del magnífico micro-thriller-romántico Stockholm (2014), la película Que Dios nos Perdone naufragó en Sitges como la más inquietante de las sorpresas. Con la mejor tradición europea a sus espaldas, sin tópicos románticos de por medio y con un secreto que confesar. ¿Divino o humano? Puede que ambas cosas. El nuevo film de Sorogoyen habla del aquí y del ahora. De las revueltas calles de Madrid hace cinco años. Del 15-M, la visita de Benedicto XVI y la búsqueda de una aguja en un pajar regentado por un violador de ancianas. Pero también es un film que cruza los dedos de las manos con la mirada hacia el cielo nuboso de estos días y se cuestiona a sí mismo ante el Creador. Lo hace, como todas las grandes películas de angustia, con una gran crisis de fe. Se interroga sobre los grandes ideales. La fragilidad inherente a conceptos como Policía, Iglesia y Redención. No necesariamente en este orden. Como si la botella marina encontrada en la playa se acercase peligrosamente a las rocas. Como si el mensaje de su interior corriese el peligro de desaparecer para siempre en las profundidades del Mediterráneo.
Todo ello, con el indudable hedor que desprende una habitación desvencijada con un crucifijo colgado en la pared. Con la misma capacidad de combinar lo hiperrealista con lo trascendental que poseen cineastas del tamaño de Enrique Urbizu en No Habrá Paz para los Malvados (2011),Jacques Audiard en Un Profeta (2009) y Mateo Garrone adaptando al gran Roberto Saviano en Gomorra (2008).

Parecidas, por un lado, a la hora de aunar la mística con la víscera, de enlazar al católico oscuro de Sorogoyen, al mártir outsider de Urbizu, a la gracia divina del árabe arribista de Audiard y al purgatorio suburbial de los chavales de Garrone-Saviano para atraparlos, todos ellos, en un mismo espacio gobernado por la sangre, el vómito y la crueldad. La misma con la que dialogan entre sí. La misma por la que han sido encerrados. Cosas del destino.

Evidentemente, también son, por otro lado, películas distintas desde el momento en que estos tres cineastas radiografían una sociedad, una urbe y hasta un callejón tan indescifrable como dotado de una denominación de origen que separa estos filmes unos de otros. Sean hispanos, galos o italianos.

Sin embargo, el pasado fílmico estadounidense que precede a estos títulos es y será siempre un terreno insoslayable. Como nostalgia o como simple herencia. El dedo ensangrentado de José Coronado sosteniendo el gatillo de una pistola en el film de Urbizu, el montaje paralelo entre el ajuste de cuentas corso y el camino al éxito de Tahar Rahim en Un Profeta, así como el interés en la investigación, antes que en los asesinatos, del film de Sorogoyen, protagonizado por un dúo policial integrado por un tartamudo Antonio de la Torre y un ultra-colérico Roberto Álamo en Que Dios nos Perdone. Todos ellos beben respectivamente de fuentes capitales como A Quemarropa (John Boorman, 1967), El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972) y Zodiac (David Fincher, 2007). Ninguna cita que añadir, más allá del neorrealismo, sobre la obra maestra de Garrone: una película clave para diseccionar, desde el ingenio puro y duro, los males de nuestro presente.

Pero volvamos a Sorogoyen. A su Madrid trágica. A la redención pírrica de su desenlace. A la increíble capacidad para el underplay que posee Antonio de la Torre y a un thriller, en definitiva, capaz de rivalizar con cualquier otro. De engastar los códigos del gran cine policíaco en un contexto tan cercano como necesario para el espectador ibérico. Tan impúdico a la hora de mostrar la carne desnuda como elegante y certero a la hora de mantener el pulso de la trama.


Parece que la playa de Sitges ha dado lugar a más de un tesoro flotante. Ya no hay una sola botella. Ahora se divisan varias. Como en aquella fabulosa carta de presentación de la serie Boardwalk Empire, pero con una diferencia abisal. Y es que, a diferencia de la mayoría de propuestas estadounidenses, en España y otras zonas de Europa se prefiere arrancar el glamour del arquetipo, borrando su aura de criminal de primera plana, y cubrir sus historias de mugre con un estilo naturalista que recorre la espalda cuál escalofrío mañanero en el Port d’Aiguadolç.

Hablamos del frío que provoca el cine. Y más concretamente, el thriller. Un género que parece estar viviendo su nueva etapa dorada. Al menos en España. Al menos gracias a títulos como Que Dios nos Perdone o, para citar un último ejemplo, Tarde para la Ira: el sorprendente debut de Raúl Arévalo estrenado este año. Dos botellas para sacar del agua y almacenar en la bodega de los mejores Reserva.


Un malogrado brindis de clausura
Menos sabor y misterio demostró la película que concluyó esta edición. Al igual que la propuesta que inauguró Sitges 2016, Inside de Miguel Ángel Vivas, la nueva película de Juan Carlos Medina, The Limehouse Golem, fue otro paso en falso. O mejor dicho, la decepción del pasado sábado, 15 de octubre: último día de pre-estrenos antes de las maratones orgiásticas del domingo.

Ambas generaron altas expectativas. Ambas parten de trabajos notables y reubican a sus realizadores en una casilla frágil que, bien certifica su imagen de cineasta a seguir, bien supone un traspié en su incipiente trayectoria en la liga del largometraje. Vivas firmó en 2010 la magnífica Secuestrados (2010): una inquietante aproximación formalista a la temática de los acosos domésticos. Y Medina, Insensibles en 2012, una de las mejores revisiones fantásticas de la Guerra Civil que se han hecho desde El Laberinto del Fauno (Guillermo del Toro, 2006). Por desgracia para ambos, el resbalón ha sido considerable. Vivas, por reescribir sin acierto una de las obras más brutales y brillantes del gore europeo, Al Interior (Alexandre Bustillo, 2006), quitándole toda la mala leche y convirtiéndola en una oda a la épica materna tan descafeinada como innecesaria. Medina, en cambio, obedece al cambio de rumbo, a una nueva exploración dentro del ámbito del thriller. En este caso, el de un film instalado en las calles brumosas de la Inglaterra victoriana, de sus leyendas, y misterios, de sus tragedias e historias ahogadas.


El detective Kildare, enésima revisión del eterno Sherlock Holmes interpretada por el ducho Bill Nighy, deberá atrapar a un asesino conocido como el Golem de Limehouse para salvar su reputación en Scotland Yard. Su gran objetivo, sin embargo, tendrá el peso de una salvación. Encarnada por Olivia Cooke, Lizzie, una joven acusada del último de los asesinatos cometidos por el Golem, confesará su pasado al protagonista, a pocos días de su ejecución, para desplegar una segunda trama paralela, repleta de flashbacks sobre su tortuosa vida.

Sin duda, Limehouse, una zona ubicada en el distrito londinense de Tower Hamlets, embriagada por la niebla nocturna del Támesis, le va como anillo al dedo a Medina y a su guionista, Jane Goldman, a la hora de adaptar la novela del reputado Peter Ackroyd que da nombre a la película. El clasicismo de su atmósfera y su cuidado por la ambientación histórica del siglo XIX se ajustan a un texto de marcado estilo británico, cargado de múltiples capas narrativas. Las conjeturas y falsas pistas impregnan un relato donde no podían faltar algunas gotas de humor inglés. Discretas y elegantes.


Sin embargo, este nuevo tándem hispano-británico formado por Medina y Goldman no consigue mantener al espectador inmerso en el mágico velo de las calles de una época tan moldeada por multitud de miradas que, para citar un ejemplo perfecto, van del cine a cómics como la obra maestra From Hell de Alan Moore. En otras palabras, The Limehouse Golem pierde fuerza en el ritmo, las secuencias de asesinatos imaginadas por Kildare se tornan repetitivas, el desenlace previsible y la aparición estelar del mismísimo Karl Marx como sospechoso introducido en la narración deja al espectador con el apetito que despierta el último canapé de una bandeja. Su presencia, tan sorprendente como efímera, podría haber otorgado una nueva dimensión –filosófica, intelectual y original, al fin y al cabo– a un esquema mil veces usado: el procedural.

Resulta inevitable pensar en whodunits como la reciente Los Odiosos Ocho (Quentin Tarantino, 2016). Más allá de sus evidentes diferencias de contexto, tono y estilo, la creatividad es una arma que Medina no ha sabido aprovechar, apostando por una película poco arriesgada, de inofensiva puesta en escena, incapaz de rivalizar con títulos eternos que pedían a gritos una revisión, como El Ladrón de Cadáveres (Robert Wise, 1945): un ejemplo de que la atmósfera malsana puede ser únicamente la herramienta para activar el delirio más expiatorio. El mismo que le falta a The Limehouse Golem.


Por desgracia, la película certifica lo que el seriéfilo ya sabía. Actualmente, la buena intriga se sirve en manos de la televisión británica, de trabajos tan mayúsculos como Sherlock y Black Mirror, de pequeños gigantes como Zeppotron y BBC. No de traducciones externas al legado inglés como la de Juan Carlos Medina, un cineasta que no haría mal en seguir hurgando la herida ibérica. Un cineasta que necesita girar de nuevo el timón. Rumbo a una nueva edición de Sitges con reencuentros y aplausos. Con secretos tan bien embotellados que provoquen el mejor de los mareos.

Sitges 2016: Swiss Army Man

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Un artículo de Adriano Calero.


EL BUENO, EL FEO Y EL MALO… EL PÚBLICO Y EL JURADO


En cualquier festival de cine, la elección de los premios siempre es una tarea muy complicada. Decidir si una película es mejor que otra es, en cierto modo, algo así como certificar si la vida de una persona también lo podría ser. Y lo más importante, si lo puede ser, si lo es ¿para quién y por qué? He aquí el inicio de una discusión sin conclusión. Pero todo empieza y todo acaba, y para poder continuar, el palmarés del Festival de Sitges 2016 tenía que llegar. Para alegría de unos, tristeza de otros y sorpresa de muchos. Porque los premios se otorgan por su calidad fílmica, evidentemente, pero también por la necesidad de un de consenso, donde las concesiones y el sentido de la responsabilidad pueden llegar a ser más importantes que el valor de la obra en cuestión. 

Por otro lado, en una edición del Festival en la que el nivel cinematográfico ha sido tan elevado, el impacto en el público no era el único aspecto a tener en cuenta. Que la audiencia prefería como película ganadora The Handmaiden de Park Chan-Wook ha quedado muy claro: Gran Premio del Público Sitges 2016. Lo incomprensible es por qué no ha recibido ningún otro premio por parte del jurado. Según ellos mismos, no lo necesita: “es una película tan redonda que podría ganar un Óscar. Por consiguiente, Swiss Army Man de Dan Kwan y Daniel Scheinert (Mejor Película de Sitges 2016), sí: “como apoyo en su admirable trayectoria recientemente iniciada”. Algo que se desprende de su carácter independiente y de la juventud de sus dos directores, asimismo premiados por su labor en la pasada edición de Sundance. Pero, seamos francos, no hay un ápice de “necesidad” en su frescura y originalidad, ni en su fuerza y transgresión. Y eso también lo ha valorado el jurado… Porque The Handmaiden es muy buena, casi perfecta, pero Swiss Army Man es una maravilla que quizá “representa mejor al festival”.


OTRA MAÑANA FRENTE AL MAR


Una mirada a la inmensidad del mar, a veces insondable, de aquél que ha aceptado su incapacidad para atravesarlo. La rama de un árbol, la excusa perfecta para la rendición de quien ha aceptado su incapacidad para continuar. Un renovado Robinson Crusoe que ha olvidado cómo sobrevivir. Una cuerda, la rama y el mar. La brisa y una melodía que eleve el ánimo. Qué curioso… La mente se cuelga, pero el cuerpo lucha por sobrevivir. El cuerpo pelea y la mente crea nuevas posibilidades. El mar colabora con la llegada de un nuevo náufrago. La cuerda se rompe y todo vuelve a empezar.

Así comienza Swiss Army Man, con el intento de suicidio de un náufrago (interpretado por Paul Dano) que se detiene ante la inesperada llegada de un cadáver (interpretado por Daniel Radcliffe). Pero ni el náufrago está tan vivo ni el cadáver tan muerto y, aunque el premio a la Mejor Interpretación Masculina ha sido para Radcliffe (hacer de navaja suiza tiene sus recompensas), los dos están soberbios en su actuación. Porque esta es, sin lugar a dudas, una de las parejas más hermosas e inclasificables que nos ha regalado el cine: Hank y Manny (o Maniac y Hung). Dos seres especiales que se abrazan (aunque uno tire del otro) e inician un viaje de retorno a la sociedad, subidos al vehículo de la risa y la reflexión, al que también se sube el espectador. 


En el camino, a partir de las preguntas de Manny, el cual no solo luce como un muerto, sino que no recuerda nada de su pasado, Hank hará un personal repaso de la historia de la humanidad e intentará darle un sentido al comportamiento humano. Eso sí, al son de una banda sonora plagada de aciertos musicales y de ventosidades. Porque esta oda a la amistad escarba en la naturaleza humana y hace de lo más absurdo, incluso escatológico, una fuente de saber. Con preguntas tipo: “¿si te escondes los pedos cómo puedo saber que no escondes nada más?”, los cineastas Dan Kwan y Daniel Scheinert invitan al espectador, no solo a reírse de si mismo, sino a aceptarse en su total complejidad y analizar el rumbo que ha tomado su vida en el marco social. Si es cierto que se muestra tal como es o si sigue teatralizando su realidad en compañía del otro. Porque esa falsa tendencia a exigir la verdad suena a contradicción cuando se observa de cerca. Ya sea en la gestión pudorosa de las relaciones personales o a través del diálogo imperceptible con las redes sociales, en el que la elaboración ficticia de la imagen personal supone la única búsqueda identitaria actual.

De este modo, ambos directores parten de la idea principal de la novela Robinson Crusoe de Daniel Defoe:“la inteligencia es la capacidad de adaptarse a situaciones nuevas” y le insuflan algo más de delirio y de aventura, que del orden al que apela la novela. Para ello, aprovechan su pasado como directores de vídeos musicales y, lejos de caer en el formato videoclip, llevan convenientemente la película hacia el musical y la performance, como desarrollo narrativo de los hechos. Componen, junto a Andy Hull y Robert McDowell, una banda sonora que juega con muchas capas vocales e instrumentales. Como si de la multiplicidad del tiempo y el espacio se tratase. Hay un eco sutil en las voces de los actores que recuerda a los distintos niveles de la música a capela. Envolvente, íntima y alegre. En definitiva, una música que evoca la ensoñación y el lirismo necesarios para afrontar una película que prefiere tomarse a broma, aunque habla muy en serio. Brindemos por ello. 

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